6 de
marzo de 2025
Padre celestial:
Gracias
por este bello amanecer y la brisa que acaricia los árboles y mi rostro.
Gracias por enviar sobre nosotros el Espíritu Santo. El
día de Pentecostés el Espíritu Santo vino, según la promesa de Jesús, sobre la
Iglesia naciente; de esta manera, ella llegó a ser "morada de Dios en el
Espíritu". Pero lo más importante es que el Espíritu Santo igualmente hace
su morada en cada persona que acepta el Evangelio. (2 Timoteo 1:14 y 1
Corintios 6:19). Estas dos moradas, aunque muy unidas, deben distinguirse bien.
Los dones que nos otorga el Espíritu deben ser valorados y cada día
perfeccionados con nuestro proceder. No obstante, las bendiciones para la
Iglesia conducen a un terreno más elevado: el del cuerpo místico de Cristo, el
de la unión de los bautizados con Cristo y entre todos nosotros con vínculos de
amor verdadero. El Espíritu nos da unidad: "Por un solo Espíritu fuimos
todos bautizados... y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu" (1
Corintios 12:13). El Espíritu impulsa la armonía del cuerpo de Cristo (1
Corintios 12:11). Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas,
siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el
edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;
en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu. (Efesios 2:20-22) En particular, Él promueve la comunión entre los
santos (Filipenses 2:1) y fomenta el amor cristiano que es la base de todo
servicio (2 Timoteo 1:7). Después de haber expuesto las ventajas de este amor
fraterno manifestado por la liberalidad entre los discípulos de Jesús, el
apóstol Pablo exclama: "¡Gracias a Dios por su don inefable!" (2
Corintios 9:14-15). Ese don inefable es el Señor Jesús, pero también lo es el
Espíritu Santo para cada seguidor del Evangelio que confirma su fe y para la
Iglesia, una "superabundante gracia de Dios", de la que somos
beneficiarios los que aceptamos seguir a Jesús.
Pidamos
hoy al Padre celestial que derrame sobre nosotros los dones de su Espíritu y
nos dé la fortaleza para cargar nuestra cruz y seguir a Jesús, su Hijo amado.
Amén.
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