Enseñar el respeto


Observo con preocupación, que en la Escuela, hay falta de respeto a las normas de convivencia en muchos y distintos ámbitos. Esta falta de respeto ataca la excelencia educativa como un virus informático que viene dañando todos los procesos educativos. Ahora que hay mucho profesional, pero carentes de ética, la disputa de competencias entre un profesional y otros forma parte de un comportamiento cotidiano que se traslada también a la escuela. Todos creen tener autoridad intelectual, y hasta moral, para juzgar y evaluar los desempeños de sus colegas y, sobre todo, de los maestros de sus hijos. Gran cantidad de padres se volvieron especialistas en irrespetar al profesor de sus hijos y en ponerlo en tela de juicio en presencia de sus alumnos. Señalan, las experiencias recogidas en varias instituciones y en las conductas que he tenido que soportar que hoy los hijos tienen mayor control sobre sus padres, lo que provoca que estos se vuelvan incapaces a la hora de visualizar la causa del problema. Son ellos los que crean la rencilla y esperan ver entre risas cómo sus padres se las arreglan para que el profesor quede con las manos abajo y no pueda exigir al estudiante porque de llegar a hacerlo podría perder el puesto. Lo peor es que los directivos, más en colegios privados que oficiales, les conceden la razón a los padres de familia para no quedarse sin los clientes.      
Para ilustrar lo anterior comencemos con las historias. Una maestra explicó por qué deberían hacer los mapas a mano y cómo, para trazarlos de manera pulcra, debían utilizar los alumnos lapiceros con pluma. Pero el niño de 12 años fue a la casa y presentó la queja. El padre, un ingeniero de sistemas, se enrojeció de ira al comprobar que todavía hay profesores que no conocen a Google y sus herramientas. Fue y habló con la directora. Se reunieron con la profesora que dio sus razones para que el padre comprendiera la intencionalidad pedagógica de los mapas a mano. Pero como la respuesta no lo convenció, un ingeniero de sistemas tiene una visión diferente a la de un pedagogo, a partir de esa reunión se convirtió en un problema para la docente. Objetó todos sus nuevos trabajos y condenó sus decisiones. Se alió con otros padres, entre ellos profesores compañeros. Enviaron notas a la Supervisión como autoridad del ramo para denunciar, pero lo hicieron con hipérboles que magnificaron el problema y cuestionaron el desempeño de la profesora que ahora tendría que dedicar su tiempo a ir y venir con oficios haciendo valer sus derechos a la defensa y al debido proceso. Siguieron las cartas y derechos de petición… "No había caso, no quisieron escuchar o no quisieron entender. Sólo les importaba su protesta”, cuenta la maestra, que no recibió el respaldo de la institución y perdió su trabajo.
A mí personalmente, un padre de familia me interrogó para que le explicara de qué sirve conocer el contexto social del autor en el análisis crítico de la obra literaria. Que si acaso yo dictaba historia para qué solicitara investigaran sobre las condiciones de los mineros, que si acaso Fernando Soto Aparicio había hecho una novela o texto de historia, se trataba de la Rebelión de las Ratas y de un padre, que por este comentario pude deducir no había leído en sus años de formación.         
Esto comenzó a verse con el advenimiento del nuevo siglo, a partir de la Generación Xennial, grupo que no tiene el cinismo de la Generación X ni el positivismo de los millennials. Pero lo que recuerdo es que antes veían a un maestro con su bata blanca y lo respetaban. Ahora lo tratan como si vivieran en la Grecia antigua donde los pedagogos eran de origen esclavo. Con esta falta de respeto al profesional de la educación se rompió la alianza entre Escuela y familia. Antes de tanta tecnología, los padres eran aliados de los docentes en la educación de sus hijos. Hoy la familia tiende a dejar sólo al maestro en su misión de educar a la nueva generación. Hoy, la mayoría de los padres creen cuanto sus hijos dicen del maestro y salen hacia la escuela con los guantes puestos. Hoy vemos casos de alumnos que duermen en casa y van a dormir al aula. En sus hogares no hay normas y pueden en la noche hacer lo que quieran, menos sus responsabilidades para entregar al otro día. Pierden a propósito la evaluación o no presentan la tarea o se quejan porque fueron mal calificados y los padres sólo piden explicaciones al docente mientras los estudiantes están felices manipulando su celular y enviando el vídeo que haga reír a sus compañeros donde el protagonista es un educador sometido a la mofa y la humillación. Cada vez es más frecuente el insulto de los padres de familia al docente de sus hijos, y lo que empeora la situación, delante de ellos.
A lo anterior se agrega el problema del mal uso de las redes sociales mediante las cuales los padres manipulan de manera negativa la dinámica del aula. Hoy, con los grupos de Whatsapp, los padres influyen más que nunca en el ambiente escolar. La mentira, la calumnia, el juicio sin meditación se lanzan a los grupos sociales para hacer el sindicato contra el maestro o contra la institución educativa. Hasta anticipan las vacaciones diciendo que no hay clases mañana y como consecuencia, al otro día, faltan a clase los estudiantes y los docentes se quedan esperándolos en las aulas. En otras ocasiones se cambian las tareas o se dan explicaciones equivocadas y luego dicen que la culpa de esos errores los tiene el maestro que no se supo explicar. Todo, sin duda debe traer como conclusión que los padres y madres de familia deben ver en los profesores de sus hijos a sus aliados y no a sus enemigos. De no cambiar estas conductas cada vez será más difícil enseñar en la escuela que el respeto es la norma sobresaliente de la convivencia social.  
La escuela no sólo es la puerta de acceso al conocimiento. Esta es la fachada. Lo importante no son los contenidos de la dimensión cognitiva. Es parte esencial del concepto de escuela la formación de hábitos, actitudes y valores que humanicen y desarrollen civilidad. Ese debe ser el ambiente interior que sólo se apreciará cuando los niños se integren a la comunidad como personas mayores. Mas no se debe olvidar que sin familia que eduque en valores es difícil construir un sano tejido social.

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