Enseñar el respeto

Para ilustrar lo
anterior comencemos con las historias. Una maestra explicó por qué deberían
hacer los mapas a mano y cómo, para trazarlos de manera pulcra, debían utilizar
los alumnos lapiceros con pluma. Pero el niño de 12 años fue a la casa y
presentó la queja. El padre, un ingeniero de sistemas, se enrojeció de ira al
comprobar que todavía hay profesores que no conocen a Google y sus
herramientas. Fue y habló con la directora. Se reunieron con la profesora que
dio sus razones para que el padre comprendiera la intencionalidad pedagógica de
los mapas a mano. Pero como la respuesta no lo convenció, un ingeniero de
sistemas tiene una visión diferente a la de un pedagogo, a partir de esa
reunión se convirtió en un problema para la docente. Objetó todos sus nuevos trabajos
y condenó sus decisiones. Se alió con otros padres, entre ellos profesores compañeros.
Enviaron notas a la Supervisión como autoridad del ramo para denunciar, pero lo
hicieron con hipérboles que magnificaron el problema y cuestionaron el desempeño
de la profesora que ahora tendría que dedicar su tiempo a ir y venir con oficios
haciendo valer sus derechos a la defensa y al debido proceso. Siguieron las cartas
y derechos de petición… "No había caso, no quisieron escuchar o no
quisieron entender. Sólo les importaba su protesta”, cuenta la maestra, que no recibió
el respaldo de la institución y perdió su trabajo.
A mí personalmente, un
padre de familia me interrogó para que le explicara de qué sirve conocer el
contexto social del autor en el análisis crítico de la obra literaria. Que si
acaso yo dictaba historia para qué solicitara investigaran sobre las condiciones
de los mineros, que si acaso Fernando Soto Aparicio había hecho una novela o
texto de historia, se trataba de la Rebelión
de las Ratas y de un padre, que por este comentario pude deducir no había
leído en sus años de formación.
Esto comenzó a verse con
el advenimiento del nuevo siglo, a partir de la Generación Xennial, grupo que no tiene el cinismo de la Generación X ni el
positivismo de los millennials. Pero lo que recuerdo es que antes
veían a un maestro con su bata blanca y lo respetaban. Ahora lo tratan como si vivieran
en la Grecia antigua donde los pedagogos eran de origen esclavo. Con esta falta
de respeto al profesional de la educación se rompió la alianza entre Escuela y familia.
Antes de tanta tecnología, los padres eran aliados de los docentes en la
educación de sus hijos. Hoy la familia tiende a dejar sólo al maestro en su
misión de educar a la nueva generación. Hoy, la mayoría de los padres creen cuanto
sus hijos dicen del maestro y salen hacia la escuela con los guantes puestos.
Hoy vemos casos de alumnos que duermen en casa y van a dormir al aula. En sus
hogares no hay normas y pueden en la noche hacer lo que quieran, menos sus
responsabilidades para entregar al otro día. Pierden a propósito la evaluación
o no presentan la tarea o se quejan porque fueron mal calificados y los padres sólo
piden explicaciones al docente mientras los estudiantes están felices manipulando
su celular y enviando el vídeo que haga reír a sus compañeros donde el protagonista
es un educador sometido a la mofa y la humillación. Cada vez es más frecuente
el insulto de los padres de familia al docente de sus hijos, y lo que empeora
la situación, delante de ellos.
A lo anterior se agrega
el problema del mal uso de las redes sociales mediante las cuales los padres manipulan
de manera negativa la dinámica del aula. Hoy, con los grupos de Whatsapp, los
padres influyen más que nunca en el ambiente escolar. La mentira, la calumnia,
el juicio sin meditación se lanzan a los grupos sociales para hacer el
sindicato contra el maestro o contra la institución educativa. Hasta anticipan
las vacaciones diciendo que no hay clases mañana y como consecuencia, al otro
día, faltan a clase los estudiantes y los docentes se quedan esperándolos en
las aulas. En otras ocasiones se cambian las tareas o se dan explicaciones
equivocadas y luego dicen que la culpa de esos errores los tiene el maestro que
no se supo explicar. Todo, sin duda debe traer como conclusión que los padres y
madres de familia deben ver en los profesores de sus hijos a sus aliados y no a
sus enemigos. De no cambiar estas conductas cada vez será más difícil enseñar
en la escuela que el respeto es la norma sobresaliente de la convivencia social.
La escuela no sólo es la puerta de acceso al
conocimiento. Esta es la fachada. Lo importante no son los contenidos de la
dimensión cognitiva. Es parte esencial del concepto de escuela la formación de
hábitos, actitudes y valores que humanicen y desarrollen civilidad. Ese debe
ser el ambiente interior que sólo se apreciará cuando los niños se integren a
la comunidad como personas mayores. Mas no se debe olvidar que sin familia que
eduque en valores es difícil construir un sano tejido social.
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