La Biblia, ¿es la Palabra de Dios?


Para responder a la pregunta no se pueden esperar argumentos racionales. Dios no es objeto de la razón sino de la fe. Si no aceptamos a Dios como causa de nuestra existencia es incomprensible e insensato afirmar que la Biblia es la Palabra de Dios porque si no se cree en su presencia, ¿cómo escuchar su voz? Vemos que la existencia de Dios sobrepasa necesariamente la razón humana. Razón que es limitada  e inclinada al conocimiento de la verdad, pero no exenta de error. Sin embargo, no se trata de dejar de lado nuestra razón cuando leamos alguno de sus capítulos o versículos, sino de ser muy conscientes de que la razón no es garantía para comprender el mensaje o el deseo de Dios. La razón, sin la iluminación de la fe, es una lámpara debajo del piso. La Biblia requiere de una mente abierta a lo sobrenatural, de una ventana que permita ver lo que los sentidos no ven. Un libro vital, pero profético; un libro que desde el principio anuncia a la persona de Jesucristo en su paso por la tierra e invita a estar atentos y no descuidar ningún detalle sobre su venida. Para citar varios ejemplos: nacerá en Belén (Miqueas 5:2), sobre su túnica echarán suertes, sus manos y sus pies serán clavados (Salmo 22:16, 18; Zacarías 12:10). Esto llena de confianza al comprobar que se cumplió cuanto Dios dijo a través de sus profetas.

Por otra parte, la Biblia está dirigida a todos los hombres, pero de manera especial habla a mi conciencia. Es un diálogo interno el que suscita su lectura. El poder de su mensaje y el impacto que tiene sobre mi alma es lo que me da la convicción de que ella es verdaderamente la Palabra de Dios que guía la vida de quien acepta y acata su mensaje. La Biblia orienta la vida y pone sobre la mesa las consecuencias del pecado, tenemos que admitir que somos pecadores, pero también nos dice que miremos hacia la cruz de Cristo si queremos evitar la muerte. En el antiguo testamento Dios había dado como remedio para no morir, mirar hacia lo alto el signo que indicó. “Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: "Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla." Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado”. (Números 21, 4-9)

Este es el resultado de la obra de Dios en el corazón del cristiano: "El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo" (1 Juan 5:10). Quien mira hacia lo alto sabe que la Biblia es la Palabra de Dios; Jesús es su Pastor, él escucha su voz.  (Juan 10:27). De este modo, cuando el creyente lee la Biblia, sabe que Dios le habla. La palabra de Dios es viva. (Hebreos 4:12) La recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes. (1 Tesalonicenses 2:13)
Dios nos invita a dialogar con Él, a tener una relación de Padre a hijo, a seguir su consejo para no extraviarnos en el camino hacia su Reino. La Biblia es el mapa, el GPS que nos señala la ruta a seguir.


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