¿Sabes quién conoce tu pasado?



¿Le agradaría encontrar a alguien que le dijese todo cuanto ha hecho en su vida? Seguramente pensaría que se trata de alguien superior. Esa persona sabría todo, no sólo lo que quienes te rodean conocen, sino también cuanto tú mismo, quizás, hayas olvidado. Además, esa persona, con ese conocimiento, escogería acciones, ideas y anhelos a su antojo y te enfrentaría a la vergüenza o a la apología. Sentirías miedo de que te despreciara o te condenara por lo que has hecho en el pasado o lo que pienses realizar en el futuro. Es lógico pensar que si tiene ese poder sobre el pasado lo debe tener, también, sobre el futuro. ¿Estarías dispuesto a soportar su juicio severo como juez implacable?
Conserva en tu mente la respuesta. Por mi parte te digo que hay quien todo lo sabe. No es un hechicero ni un brujo de los que se anuncian en la radio o la televisión que dicen ser clarividentes y poderosos, pero que no pasan de ser un fraude. Dios es el único que entra en lo más recóndito y oculto del corazón humano. Él conoce los pensamientos más secretos e igualmente las cosas que pertenecen al pasado y que nos avergüenzan. Así como tus proyectos. Él es aquel que puede condenarnos y dejarnos sin excusa.
Sin embargo, Dios es el único que está dispuesto a comprender y a perdonar. Venid y oíd, todos los que a Dios teméis, y contaré lo que Él ha hecho por mi alma. (Salmo 68,16) Vino al mundo, no cometió pecado, y sólo tuvo la intención de salvarnos. Jesucristo tomó los pecados de todos, como si fueran suyos, los llevó ante Dios y sufrió el justo juicio que merecíamos. Jesús dice: "No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo" (Juan 12:47). "Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos" (1 Timoteo 2:5-6). Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer... Me dijo todo lo que he hecho. (Juan 4,29-39)
Max Lucado, en Los números de la esperanza, así lo expresa: Estamos hablando de una mujer que sí tendría una buena lista. Numero uno: discriminación. Es samaritana, odiada por los Judíos. Número dos: prejuicio por su sexo: es mujer, despreciada por los hombres. Tres: está divorciada, y no una ni dos veces_ ¿Cómo sale la cuenta'? ¿Cuatro? ¿Cinco? Cinco matrimonios fracasados. Y ahora se acuesta con un tipo que no le pondrá un anillo en el dedo.
Cuando hago toda esta cuenta me imagino a una mujer sentada en el taburete de un bar, a punto de volverse loca. Voz ronca, aliento a tabaco y un vestido escotado arriba y corto abajo. Ciertamente no es lo más fino de Samaria. Nunca se le ocurriría a usted ponerla a cargo de la clase bíblica para damas.
Por eso lo que Jesús hace nos parece tan sorprendente. No sólo la encarga de esa clase, sino de evangelizar a toda la ciudad. Antes de que acabe el día toda la ciudad ha oído hablar de un hombre que afirma ser Dios. «Me dijo todo lo que he hecho» (Juan, 4,39), les dice, sin expresar lo obvio: «y me amó a pesar de todo»,
Un poco de lluvia puede cambiar el tallo de una flor. Un poco de amor puede cambiar una vida. Quién sabe cuándo fue la última vez que a esta mujer se le había confiado alguna responsabilidad y ¡mucho menos las mejores noticias de la historia!
Escuche esto: No es que a usted le hayan rociado de perdón. No es que le hayan salpicado de gracia. No es que le hayan cubierto del polvo de la bondad, es que le han dado un baño de todo ello. Está sumergido en la misericordia. ¡Deje que esto lo cambie!
Después de leer a este iluminado me resta una pregunta: ¿Puede el amor de Dios cambiar su vida y la mía?


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