¿Eres feliz?
¿Eres feliz?
Las personas felices
sonríen al ver a otro y tienen la mirada limpia como un cielo de enero. Pero,
¿de dónde le viene esa felicidad? Veo que no es de la posesión de cosas porque
al que es dueño de un lujoso carro lo he visto humillar al peatón que desde el
andén lo saluda. Un vecino, propietario de un edificio que tiene más de diez
apartamentos vive maldiciendo porque todos los días lo están llamando los
inquilinos para que mande refaccionar alguna avería. Al propietario de un
hermoso y costoso teléfono móvil lo mataron en la calle cuando quiso contestar
una llamada que le hicieron. Su madre que fue a recoger sus despojos mortales
sólo dijo: “Muchas veces le dije, hijo, no saques ese celular en la calle que
atraes a los ladrones”. Y también atrajo
la muerte. En el banco, algo insólito, presenciaron los cajeros. El cliente
entró con el billete de lotería en la mano y en cuanto le dijeron la cantidad
que le consignarían en su cuenta, de la emoción, murió por infarto fulminante.
Es decir que la posesión de cosas materiales no causa la felicidad humana. La
materia, obra de Dios, está en proceso continuo de transformación y por tanto
no puede ser un estado permanente de felicidad.
Continuemos la búsqueda
y viajemos al pasado. Alguna verdad se podría descubrir en viejos libros. Aquí
hay un pequeño fragmento que mucho dice:
En el tercer siglo de
nuestra era, Cipriano, nombrado obispo de Cartago después de su conversión al
cristianismo escribía a Donato, su amigo: “Estamos en un mundo malo, Donato, un
mundo increíblemente malo, pero en medio de este mundo descubrí a un pueblo
tranquilo, santo, que aprendió un gran secreto. Sus miembros encontraron un
gozo mil veces superior a todos los placeres de nuestras vidas de pecado. Esa
gente es despreciada y perseguida, pero no se preocupa por tal motivo, pues, es
dueña del su alma; vencieron al mundo. Esa gente, Donato, son los cristianos, y
yo formo parte de ellos”. Jesús, para confirmarlo, dice: “Estas cosas os he
hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”. (Juan
15, 11)
¿Dicen lo mismo los
cristianos de hoy? ¿Se ve en sus ojos la serenidad y la pureza de sus
corazones? ¿Rechazan la violencia de forma similar a como lo hacía Jesucristo? ¿Viven
de tal manera que sus acciones son una alabanza a Dios? Si no hay respuestas
afirmativas, me queda una pregunta más: ¿Qué se hicieron los que seguían al Nazareno?
Tal vez lo dejaron colgado a la cruz y se olvidaron de Él.
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