Hablemos de Alquimia del Amor

Sin embargo, desde que se nace se busca una gota del efluvio infinito
del amor. Buscar, a través de la senda vital, el alma gemela no es tarea fácil.
A veces, son mayores las equivocaciones que los aciertos. Es más, en algunas
ocasiones, es indispensable inventar una estrategia para cazar el primer beso. Si
eres creativo, te acercas con pasos furtivos a la campiña desconocida en busca
de néctar como si fueras abeja. Sin embargo, de regreso te das cuenta que
llueve sobre el verano que habías soñado.
El anochecer te lleva rendido, prisionero a los aposentos y no
descansas. Sólo tienes sueños en blanco y negro. La noche estira su espinazo y
tú la ves trepar hacia las estrellas sin que la puedas controlar. Amanece de
nuevo y no tienes ganas de jugar. Tu compañía de juego desconoce que las
manecillas se deben encontrar juntas para señalar el tiempo en el inmenso
círculo de nieve que llama sin cesar.

Después de muchos bailes de la luna bajo los efectos del vals
te vistes de dama blanca y ves que hacia ti viene el amor, te llama a ti, y tú
corres a sus brazos. Dices, en un momento de frenesí, es mi sueño. Es la fiesta
de la vida que esperaba. Fiesta que no tendrá fin porque me amará hasta la
eternidad. Mas pronto ves que la rutina y los dolores rompen los sellos del
acta que los notarios del cielo han extendido. Entonces recoges tus cabellos,
cubres la ceniza que ha quedado del hogar, sales a buscar de nuevo porque
sientes sed. Caminas hacia un jardín remoto donde el agua brota de frailejones
y nieblas que no saben dormir. En tu garganta hay mucha sed y miras desde la
altura de la montaña que te abriga y no ves otra cosa que un árbol de sol.
Después de tanta lucha llegas a la conclusión que la alquimia del amor son
manos que se trenzan para hacer más fuerte el destino común y darle fortaleza a
unos hijos que brotan de la sangre que anega el corazón con calidez en las
noches y brisa en las mañanas. Pero los días marchan como ejercito vencido
hacia la luna que imperceptible ha venido cayendo en el jardín, como gotas de
rocío, sobre la soledad de una casa que deja de ser tuya porque te abraza el silencio
y una voz te dice: ¡Descansa. Es hora de partir!
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