Hablemos de Alquimia del Amor


Buscar un rayo de esperanza que ilumine la soledad del ser humano es misión que todos comprenden Salir al jardín y admirar el rocío sobre las flores. Pensar en ella o en él. Es rutina en el amanecer del alquimista del amor. No se puede negar que la búsqueda puede ser tortuosa e infructuosa.
Sin embargo, desde que se nace se busca una gota del efluvio infinito del amor. Buscar, a través de la senda vital, el alma gemela no es tarea fácil. A veces, son mayores las equivocaciones que los aciertos. Es más, en algunas ocasiones, es indispensable inventar una estrategia para cazar el primer beso. Si eres creativo, te acercas con pasos furtivos a la campiña desconocida en busca de néctar como si fueras abeja. Sin embargo, de regreso te das cuenta que llueve sobre el verano que habías soñado.
El anochecer te lleva rendido, prisionero a los aposentos y no descansas. Sólo tienes sueños en blanco y negro. La noche estira su espinazo y tú la ves trepar hacia las estrellas sin que la puedas controlar. Amanece de nuevo y no tienes ganas de jugar. Tu compañía de juego desconoce que las manecillas se deben encontrar juntas para señalar el tiempo en el inmenso círculo de nieve que llama sin cesar.
Entonces, nacen preguntas. Brotan como maleza sobre la abonada tierra del jardín. ¿Tú mueves tus alas o yo muevo las mías? A los días te das cuenta de la equivocación de la pregunta. Eso es prepotencia. No hay amor en batir las alas sin tener ritmo y armonía. Y lo peor, cada uno por su lado. El amor es producto de la sincronización, del orden, de la lealtad y del compromiso. Pero, tu compañía no sabe otra cosa que jugar y tú te prestas a ese juego que pronto te empalaga y comienzas a cambiar las mariposas del estómago por la acidez de las flores marchitas. Quién sabe, si más tarde, allá en la campiña vuelvas a jugar o si, ante la mala experiencia, resentida el alma, tomes una nave que te lleve a Plutón. Ansías con las pocas fuerzas que te quedan, ir hacia otro paraje, donde abunden caballos salvajes para distraer el tedio con el tropel.
Después de muchos bailes de la luna bajo los efectos del vals te vistes de dama blanca y ves que hacia ti viene el amor, te llama a ti, y tú corres a sus brazos. Dices, en un momento de frenesí, es mi sueño. Es la fiesta de la vida que esperaba. Fiesta que no tendrá fin porque me amará hasta la eternidad. Mas pronto ves que la rutina y los dolores rompen los sellos del acta que los notarios del cielo han extendido. Entonces recoges tus cabellos, cubres la ceniza que ha quedado del hogar, sales a buscar de nuevo porque sientes sed. Caminas hacia un jardín remoto donde el agua brota de frailejones y nieblas que no saben dormir. En tu garganta hay mucha sed y miras desde la altura de la montaña que te abriga y no ves otra cosa que un árbol de sol. 
Después de tanta lucha llegas a la conclusión que la alquimia del amor son manos que se trenzan para hacer más fuerte el destino común y darle fortaleza a unos hijos que brotan de la sangre que anega el corazón con calidez en las noches y brisa en las mañanas. Pero los días marchan como ejercito vencido hacia la luna que imperceptible ha venido cayendo en el jardín, como gotas de rocío, sobre la soledad de una casa que deja de ser tuya porque te abraza el silencio y una voz te dice: ¡Descansa. Es hora de partir!

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