Los gobiernos se preguntan


Muchos ciudadanos están cansados de ver galopar la corrupción cada vez más rápido y con cínico semblante. Este cáncer que roe los recursos públicos tiene en lecho de muerte a la democracia. Los gobiernos se preguntan, en el colmo del paroxismo, cómo pueden evitar el descontento social que se manifiesta en marchas de protesta que abarcan días, semanas y hasta meses. Aunque saben que de no poner fin a la injusticia social que causa la insatisfacción, las instituciones se desplomarán y la anarquía será el comienzo de amaneceres de sombras de muerte colectiva, siguen proliferando leyes que subsidian el monopolio de los ricos y aumenta la extensión de la miseria.
Hechos, más que argumentos, prueban lo anterior.
Basta mirar las reformas pensionales, que sobre la mesa de negociación, constituyen una de las manzanas de la discordia en varios países. Los bancos, propietarios de los fondos pensionales, exprimen los ahorros de los trabajadores y a ellos sólo les ofrecen gotas de sudor para que bañen sus años dorados.
Con el afán de lucro del capitalismo el salario mínimo legal degüella cada día más personas con la inanición a las que las obliga. Para disimular se subsidia con alimentos a los niños que asisten a las escuelas para que no se desmayen de hambre sobre los pupitres.
Ante la falta de empleo crece el crimen organizado. Las calles y parques son propiedad de los delincuentes y el que se atreve a cruzar por tales escenarios tiene que pagar hasta con la vida. Lo cruel de esta verdad es que el Estado nunca podrá contrarrestar esta cizaña que poco a poco ahoga todo el trigal.
Con la inseguridad reinante las enfermedades mentales aumenta y los que no tienen el valor de robar para sobrevivir toman el camino hacia el suicidio ante la desesperación de verse desposeídos por aquellos rapaces que todo lo quieren acumular en sus arcas familiares y bancarias.
La escuela, a pesar de sus esfuerzos, no logra enseñar los valores que dignifican la vida de los seres humanos y cada día, en la misma cuna donde antes sonreía la ternura, se presentan tiroteos, riñas y depresiones tempranas que conducen a la muerte de la primavera humana.
En lugar de sembrar en niños y jóvenes el amor al conocimiento, la escuela tiene que despertar de las pesadillas a los que cambiaron sus libros por dosis personales de narcóticos para evadir la realidad que los cercena y tortura.  
En las iglesias, donde antes Dios se hallaba, ahora proliferan pastores que abusan de la buena fe y la piedad de sus feligreses. Cada día los noticieros muestran lobos con caras de ovejas que enajenaron a Dios convirtiéndolo en mercancía fetiche  y cuyas vidas son más ejemplo de depravación que de santidad.
Las familias se hicieron disfuncionales, monoparentales y monosexuales. Los niños ante el panorama abren sus ojos y no hallan el amor que los impulse a crecer como ciudadanos sanos que puedan disfrutar de las bondades de la vida.
Y esta caterva de tumores malignos que prolifera en la sociedad tiene como causa primera la corrupción que impide que los recursos procedentes de los impuestos se destine a la formación de ciudadanos respetuosos de las instituciones y amantes del trabajo honrado y solidario, fundamento del bienestar social. Claro que no se debe ignorar que la causa eficiente del caos que respiramos es el egoísmo humano.      

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