Pasemos al otro lado
Mientras vivimos en la algazara que proporciona el mundo con sus
espejismos, cuando en nuestro afán de vivir entre placeres y aplausos, Dios
es un concepto que molesta y una presencia que no vemos, no sentimos su
ternura y mucho menos escuchamos su voz que nos llama con alegría, con
alegría inusitada y distinta a la que ofrece el mundo. A veces, ni siquiera
nos damos cuenta de que desea embarcarnos y enviarnos en una misión.
Desconocemos el camino y las pretensiones de este viaje en el que se empeña
Dios que hagamos. Estoy convencido que no entendemos por qué escoge
tempestades y naufragios en nuestra existencia para comunicarnos que debemos
acatar su voluntad. Si lo analizamos a la luz de la razón humana no hallamos
la relación que existe entre esas angustias y la misión que debemos realizar
en nuestra vida o en la de otros que esperan su mensaje y a los cuales nos
envía. Él nos dice: “Pasemos al otro lado”. (Marcos 4,35) El alma iluminada
comprende, la oveja conoce la voz de su Pastor y deja de temer. La tormenta
pronto pasará, piensa. Este tránsito de la angustia a la felicidad concierne
a la humanidad en general, todo hombre puede aspirar a ella. En esos
momentos de dificultad, de enfermedad, de abandono y soledad, es cuando Dios
más cerca está de nosotros y si aceptamos que camina a nuestro lado podemos
decirle: “Señor, Sálvanos que perecemos”.
(Mateo 8, 23). Estas palabras
dichas con fe adquieren un poder absoluto porque Dios ilumina nuestras
vidas, y creamos las circunstancias para pueda realizar sus milagros:
"Sabéis que hice ya aquí abajo muchos milagros, brillantes y maravillosos,
gloriosos y grandes. Lo que hice entonces, lo hago todavía ahora, y lo haré
en los tiempos venideros". Debemos recordar que todo milagro va precedido de
sufrimientos, angustias, tribulaciones. En esos momentos solo escuchamos
ideas negativas y hasta acusaciones contra nosotros porque comienzan a
juzgarnos y herirnos con palabras y acciones. (1 Samuel 30,6) Es para que
nos demos cuenta de nuestra debilidad y las tonterías que cometemos a causa
de nuestro pecado y, para que volvamos humildes y gritemos a Dios,
implorando su socorro y su gracia. En el lecho del enfermo debemos implorar
salud. En los momentos de soledad y depresión busquemos su compañía para
alejar a la muerte de nuestra casa. Los milagros surgen si hay confianza en
Dios; provienen del gran poder, sabiduría y bondad de Dios y revelan su
fuerza y las alegrías del cielo en esta vida pasajera. La prosperidad surge
de la ruina porque Dios tiene el poder para transformar el desierto en un
bello jardín. (Salmo 126). Así nuestra fe se fortifica y nuestra esperanza
crece en el amor. He aquí porque le gusta a Dios ser conocido y glorificado
por los milagros. Quiere que no nos agobiemos por la tristeza y las
tempestades que nos amenazan ¡Él está allí
siempre, aún antes de los
milagros! (Juliana de Norwich, Revelaciones del amor divino, cap. 36.)
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