Extrajo pan del aire, historia de un Nobel

 





Historia de un Nobel

La playa, el canto de las gaviotas y la música de las olas del mar no inspiran su búsqueda del conocimiento. En su hoja de vida se puede leer que es Nobel de química de 1918 por la síntesis catalítica del amonio a partir del dihidrógeno y el dinitrógeno atmosférico en condiciones de alta temperatura y presión. Medio siglo de existencia certifica su experiencia. Ahora está empeñado en sacar el oro del mar. Después de varias investigaciones llega a la conclusión de que el proceso es posible, pero son más los egresos que los ingresos que percibirá y declina su aspiración.
A su esposa Clara dedica su libro de 1905 por su “silenciosa cooperación”. En el periódico, años atrás llena la primera página, con un titular que indica un gran milagro: «extrajo pan del aire». Pero el objetivo inmediato de su milagroso hallazgo no fue alimentar a los hambrientos.
Guillermo II de Alemania lo enaltece con el grado de Capitán, aunque está muy viejo para salir al combate a enfrentar al enemigo. Sin embargo, recibe su arma de dotación, un revólver. Lleno de orgullo sale al campo de batalla a observar los frutos de su trabajo.
El jueves 22 de abril de 1915, en Yprés, los soldados ven, en plena alborada, una enorme nube verdosa, que los busca, impulsada por el viento. A su paso las hojas de los árboles se marchitan, las aves caen y cesa su canto. Los pastos adquieren un color metálico y macabro.
Cuando las primeras patrullas llegan al campo de batalla el silencio las intimida. Las trincheras están vacías. A escasos metros de distancia los cuerpos de los soldados franceses yacen como troncos arrojados por el vendaval. Las caras presentan laceraciones y los cuellos muestran la inútil lucha por una bocanada de aire limpio. Algunos, por mano propia, aceleraron su muerte.
Para celebrar la victoria se ordena, un mes después, una fiesta en honor del viejo capitán. Al volver a su casa los esposos riñen. Clara no está de acuerdo con el proceder de su marido y le dice: “El deber de un científico es contribuir a la felicidad de la humanidad”. Él, energúmeno, le responde: "En tiempos de paz, un científico pertenece al mundo, pero en tiempos de guerra pertenece a su país".
Ella deja que su esposo se duerma. Toma el arma de dotación y sin dudarlo, en la mitad del jardín de la casa, descarga la bala sobre su corazón adolorido. La traslada al hospital donde muere horas más tarde. Él, fiel a sus principios belicosos, sale a supervisar otra masacre en el campo de batalla.
Crece el hijo del matrimonio y cuando llega a edad suficiente para razonar, se siente avergonzado y culpable por la actitud de su padre y toma como su madre, la resolución de quitarse la vida. A Fritz Haber, estos hechos no le impiden continuar, como un investigador de éxito, su camino por la vida. En su segundo matrimonio se muestra feliz. En 1934, luego de que los alemanes lo expulsan, cuando se apresta para viajar a Israel y asumir un cargo de importancia, la muerte lo sorprende.
En el discurso de la ceremonia de entrega del Premio Nobel, el “padre de la guerra química” expresa: “En ninguna guerra venidera los militares podrán ignorar los gases tóxicos. Son una forma superior de matar”.

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