Flamel, el más famoso de los alquimistas.
“Es un disparate monumental afirmar que la piedra filosofal es sólida y que tiene la dureza del diamante”.
Su
voz penetraba en mi mente como lava volcánica que me hacía hervir de gozo el
alma. La noche de invierno cubría la ciudad de París y el cielo se suponía
sobre los techos de las casas. Era el año de 1390. Ese miércoles se iniciaba diciembre,
pero él cerraba el ciclo de conferencias en la imponente edificación situada en
la esquina nororiental de la rue des Ecrivains. En las inscripciones y relieves de la
fachada, bajo la luz del sol, el alumno que deseaba sobresalir, aprendía de
memoria la máxima: « Chacun soit content de ses biens, Qui n'a souffisance
il n'a riens » y que al traducir al español sería: «Que cada quien esté conforme con sus bienes, aquel para quien
nada es suficiente, no tiene nada»)
Una luz mortecina y
aterida por el frío se proyectaba sobre las paredes de la sala de la casa del
librero juramentado. Sobre el jubón negro que lucía, una cinta con el escudo de
la reina Isabel de Baviera recordaba que estuvo cerca de su majestad el 17 de
julio del año anterior cuando ella entró en París y todos los burgueses fueron
a recibirla y a expresar sumisión a su voluntad. En su calzón filigranas de oro
brillaban bajo la luz matinal y contribuían a dar firmeza a las habladurías de
su inmensa fortuna, aunque su testamento y el de su esposa Perenelle no la registraron.
Muchos como yo,
esperando nos diera la fórmula, para convertir el plomo en oro, aceptábamos sus
palabras como las de un enviado de Dios. La promesa de ser inmensamente ricos e
inmortales impulsaba nuestra admiración y confianza en su cátedra de alquimia.
Se jactaba de ser un sobreviviente
de la peste negra que tantos muertos llevó a los cementerios de Europa. En una
de las conferencias anteriores afirmó poseer el grimorio que un ángel le
obsequió hacia el año 1355, en plena Guerra de los Cien Años, y que no quiso
revelar su nombre para evitar que lo invocaran y cayera en la red de esclavitud
de los avaros. Otros libreros, tal vez por envidia o por conocimientos más
avanzados, afirmaron que Nicolas Flamel había comprado a un árabe la obra Kitab
an-nawamis, del siglo IX, y que en verdad era una traducción árabe de
un Diálogo escrito por Platón, que al ser vendido como esclavo había
extraviado. Según ellos ese papiro contenía indicaciones para la creación de
entidades vivientes a partir de fluidos y restos humanos y animales, y un
centenar de rituales y encantamientos para llevar una vida sabrosa y sin afugias.
Flamel
escribía y hablaba muy bien el latín como lo pudimos evidenciar los que asistíamos
a su casa para instruirnos en tan fantasiosa ciencia. De acuerdo con sus
palabras, en otra de sus conferencias admitió que ese libro le fue entregado
por un ángel en sueños y tuvo que dedicar cerca de 21 años de su vida a descifrarlo.
En este lapso viajó a España para consultar a las autoridades sobre Cábala y a
los especialistas del griego antiguo de las universidades españolas. Después de
muchas pesquisas, en León conoció al rabino, el Maestro
Canches, ya muy anciano, quien identificó la obra como el Aesch
Mezareph del famoso rabino Abraham, y le enseñó a Flamel las claves de
su interpretación.
Para los incrédulos
los remito al Libro de las figuras jeroglíficas escrito en 1399 por
mi maestro, que describe el magisterio filosofal y la creación de homúnculos mediante
la palingenesia de las sombras y que según mis palabras resumo como
instrucciones para crear el cuerpo astral.
No faltó el
que rompió el secreto de nuestra cofradía y llevó la noticia de nuestros
experimentos a la corte y al rey. Fue de este modo como su majestad Carlos VI
de Francia le exigió oro del que obtenía de su proceso de transmutación. (No
me consta si el maestro Flamel cumplió con la exigencia).
La revelación más
asombrosa de aquel año de 1390 y que nos dejó estupefactos fue cuando nos dijo
que gracias a la piedra filosofal, él y su esposa, Perenelle, se volvieron inmortales.
Claro que no faltan los detractores que afirman que murieron entre 1410 y 1418
y fueron enterrados en el cementerio de St. Jacques de la Boucherie. Pero Paul
Lucas (1664-1737), el biógrafo más cercano a los hechos de su vida, expresa, que
la pareja se halla en luna de miel recorriendo caminos de la India y de la
azotada Turquía. Un retrato actual muestra al iniciado en compañía de Albus Dumbledore en
el primer libro de la serie, (Harry Potter y la piedra filosofal). También se le
puede ver, aún joven, en la película «Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald».
Ese miércoles de diciembre, el maestro, cuando todos se marcharon, me dio a beber parte de su pócima y ahora, escanciando un vino en un bar de Estambul, redacté esta biografía del más famoso alquimista para confirmar todo lo anteriormente escrito y para demostrar gratitud.
Efraín Gutiérrez Zambrano, autor de Alquimia del amor.
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