25 de febrero
de 2024
Padre
Celestial:
En este nuevo
amanecer te doy gracias por los ríos y los mares. Por el agua que apacigua mi
sed. En esta mañana paseo la ribera norte del río que divide a dos municipios y
dos departamentos. Veo correr el agua y escucho el lenguaje que modula al ser
acariciada por el viento. El agua de este río corre durante el día y la noche,
desde tiempos antiguos. El salmista me recuerda: "El río de Dios, lleno de
aguas" (Salmo 65:9). El agua del río de Dios es su gracia. Ella riega
incansablemente las vidas humanas con su inagotable amor. Y el que tiene sed,
venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. (Apocalipsis
22:17) ¡El río de Dios nunca se seca, pues Dios jamás dejará de amarnos! En el
río de Dios no hay sequías porque Dios es eterno y permanece fiel; su amor
nunca cambia. Por lo tanto, seamos quienes seamos, independientemente de
nuestro pasado, cuando estemos sedientos, podemos acercarnos a sus riberas, es
decir, creer en su amor y recibirlo personalmente. ¿Nuestra alma tiene
realmente sed de Dios, del Dios vivo? ¿Suspira por Dios, como el ciervo brama
por las corrientes de las aguas? (Salmo 42:1-2). ¡Lo que falta no es el agua,
sino la sed! Para que nuestras vidas no se sequen, tenemos que beber del agua
del río de Dios, sacar agua con gozo en las fuentes de la salvación (Isaías
12:3). “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios
es amor; y el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él. (1
Juan 4:16) Bebamos el agua que el Señor nos ofrece. Jesús ofreció a la
samaritana el agua de la vida eterna. Aceptemos como ella su oferta. Entonces
seremos “como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da fruto a su
tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará" (Salmo 1:3).
Señor, danos de beber. Amén.
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