Oración del día
29 de febrero
de 2024
Padre Celestial:
Finalicemos este mes dándote gracias y con unas preguntas que nos sirvan para reflexionar: ¿Podemos transformar el mundo? ¿Quién no ha deseado, en su juventud, transformar el mundo? Es decir, mejorarlo, que sea más sociable, que todos queramos los dones de la paz, que el ser humano respete y cuide el medio ambiente... Pero a menudo, al expresar estos anhelos, las respuestas son: ¡Empieza por mejorarte a ti mismo! Y es cierto, debemos iniciar por reconocer nuestros defectos y pecados. Sin embargo, la historia nos muestra que parece imposible mejorar al ser humano y a la sociedad. Aunque nos esforzamos en educar el corazón del hombre, y dirigirlo mediante leyes y normas éticas, cultivarlo y convencerlo de hacer el bien, en el fondo no lo logramos.
“Más vale resbalar en el piso que con la lengua; así es como de repente
caen los malvados. Un hombre grosero es como un cuento inoportuno, que siempre
está en boca de los mal educados. Nadie aprueba el proverbio dicho por un
necio, porque nunca lo dice en el momento oportuno. A algunos la indigencia los
preserva del pecado y, cuando descansan, no sienten remordimientos. Hay quien
se pierde por timidez, y se pierde por temor a un insensato. Hay quien por
timidez hace promesas a un amigo y se gana un enemigo inútilmente.
(Eclesiástico 14:19-23).
El profeta nos recuerda: "Engañoso es el corazón más que todas las
cosas, y perverso" (Jeremías 17:9). Al mismo tiempo nos muestra, de una
manera simbólica, la incapacidad del hombre para transformarse a sí mismo:
"¿Mudará el hipopótamo su piel, y el leopardo sus manchas?" (Jeremías
13:23). ¿Hay que desesperarse? No, el Dios de amor puede y quiere obrar para el
bien de su criatura: "Os daré un corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo
dentro de vosotros" (Ezequiel 36:26). ¿Cómo puede suceder esto? Mediante
la fe en Jesucristo: "De modo que, si alguno está en Cristo, nueva
criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2
Corintios 5:17).
Y efectivamente todo cambia cuando lo que me hace actuar, mis intereses
y mis objetivos pasan a ser los del nuevo hombre que fue creado en mí. El
orgullo, el egoísmo y los vicios que me gobernaban dan paso a la humildad y al
deseo de servir a los demás. Para mí ya no cuenta el amor propio, sino el amor
a Dios y al prójimo. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es
nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es
necesario nacer de nuevo”. (Juan 3:6-7). Señor, enséñanos a obrar conforme a tu
santa Voluntad. Amén.
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