Oración del día
3 de abril de 2024
Señor:
Siempre se
envidia lo que no se tiene y con lo que se posee se humilla a quien carece de
ese bien. Pero como a la envidia la corteja la avaricia cada día se desean más
cosas que terminan por hacernos caer en el abismo del olvido de Dios. Nos
aferramos a lo efímero sin percatarnos que la muerte es la deuda que pagamos
pronto, aún en contravía de nuestra voluntad. Nadie puede evitarla así tenga
tesoros para comprar la vida terrena. Nadie puede agregar un día a su
existencia si ese privilegio no se lo concede Dios. Con justa razón dice la
escritura: "Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás" (Eclo.
7,40). Consejo práctico para quienes en realidad buscan a Dios y no se dejan
confundir con las comodidades de este mundo de apariencias. Esta sentencia nos
sitúa en lo real, nos libera de ilusiones y vanos pedestales que persiguen la
propia alabanza, los intereses egoístas, el frenesí de la locura del deseo
insatisfecho y que somete a la esclavitud de las bajas pasiones.
Esta sentencia
nos sitúa en lo real y desenmascara esas pretensiones de la ignorancia que
llevan a equivocaciones nefastas acerca del verdadero destino del ser humano.
Cuando sabemos cuál es nuestro destino descubrimos la dignidad de hijos de Dios
y nos vinculamos con nuestros semejantes en el amor fraterno.
La verdad que
nos revela esta sentencia sabia nos aleja del utilitarismo degradante y nos
señala el Santo temor de Dios como fin próximo. El Santo temor de morir y
permanecer para siempre alejados de Dios por nuestra propia voluntad, por
negarnos a aceptar su plan de salvación y así evitar la muerte. Aceptemos la el
llamamiento a la vida eterna. Este llamamiento lo hizo Jesucristo con su
ejemplo de vida y su muerte en la cruz.
Jesús nos
enseñó que sólo Dios puede dar la paz y la felicidad que el alma anhela y para
conseguirlas debemos, aquí en la tierra, cumplir su voluntad. Así evitaremos
caer en los parajes de la maldad.
Pidamos a Dios,
en este día, que nos conceda el Santo temor y sobre todo el Amor a Dios y a
nuestros semejantes para poder decir con labios puros: Padre nuestro, líbranos
de todo mal. Amén.
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