Oración del día

 

4 de abril de 2024 

 Señor:


En cada amanecer estás cerca de nosotros y, si te aceptamos, caminas a nuestro lado. Pero mientras vivimos en la algazara que proporciona el mundo con sus espejismos, cuando en nuestro afán de vivir entre placeres y aplausos, Dios es un concepto que molesta y una presencia que no vemos, no sentimos su ternura y mucho menos escuchamos su voz que nos llama con alegría inusitada y distinta a la que ofrece el mundo. A veces, ni siquiera nos damos cuenta de que desea embarcarnos y enviarnos en una misión. Desconocemos el camino y las pretensiones de este viaje en el que se empeña Dios que hagamos.

Estoy convencido de que no entendemos por qué escoge tempestades y naufragios en nuestra existencia para comunicarnos que debemos acatar su voluntad. Si lo analizamos a la luz de la razón humana no hallamos la relación que existe entre esas angustias y la misión que debemos realizar en nuestra vida o en la de otros que esperan su mensaje y a los cuales nos envía. Él nos dice: “Pasemos al otro lado”. (Marcos 4,35)

El alma iluminada comprende, la oveja conoce la voz de su Pastor y deja de temer. La tormenta pronto pasará, piensa. Este tránsito de la angustia a la felicidad concierne a la humanidad en general, todo hombre puede aspirar a ella. En esos momentos de dificultad, de enfermedad, de abandono y soledad, es cuando debemos decirle: “Señor, Sálvanos que perecemos”.  (Mateo 8, 23). Estas palabras dichas con fe adquieren un poder absoluto porque Dios ilumina nuestras vidas, y creamos las circunstancias para que pueda realizar sus milagros: "Sabéis que hice ya aquí abajo muchos milagros, brillantes y maravillosos, gloriosos y grandes. Lo que hice entonces, lo hago todavía ahora, y lo haré en los tiempos venideros".

Debemos recordar que todo milagro va precedido de sufrimientos, angustias y tribulaciones. En esos momentos solo escuchamos ideas negativas y hasta acusaciones contra nosotros porque comienzan a juzgarnos y herirnos con palabras y acciones. (1 Samuel 30,6) Es para que nos demos cuenta de nuestra debilidad y las tonterías que cometemos a causa de nuestro pecado y, para que volvamos humildes y gritemos a Dios, implorando su socorro y su gracia. En el lecho del enfermo debemos implorar salud. En los momentos de soledad y depresión busquemos su compañía para alejar a la muerte de nuestra casa. Los milagros surgen si hay confianza en Dios; provienen del gran poder, sabiduría y bondad de Dios y revelan su fuerza y las alegrías del cielo en esta vida pasajera. La prosperidad surge de la ruina porque Dios tiene el poder para transformar el desierto en un bello jardín. (Salmo 126).

Así nuestra fe se fortifica y nuestra esperanza crece en el amor. He aquí porque le gusta a Dios ser conocido y glorificado por los milagros. Quiere que no nos agobiemos por la tristeza y las tempestades que nos amenazan ¡Él está allí siempre, aún antes de los milagros! (Juliana de Norwich, Revelaciones del amor divino, cap. 36.) En este nuevo día alabemos a nuestro Dios, dejemos que camine a nuestro lado y escuchemos su voz. Amén. 

 

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