Carta abierta a la familia de hoy.
El mayor y verdadero éxito humano se halla
en el interior de cada hogar. Allí donde el varón contempla a su esposa como
tesoro frágil y maravilloso y la trata de acuerdo con ese noble sentimiento.
Allí donde la esposa ve a su esposo como el faro que guía e ilumina y encuentra
en él la fuente de fortaleza, consuelo y seguridad para ella y los frutos
del amor mutuo. Allí donde los hijos miran a sus padres con respeto y no
con temor. Allí donde el amor es el pan que se reparte a diario y en el
corazón de sus miembros rebosa la gratitud. Allí donde Dios es quien guarda la
puerta y por las ventanas entra radiante la luz de la fe. Allí donde al compás
de los arpegios de la alegría suena como una trompeta la magia de la oración. Allí
donde los padres descubren en sus hijos las bendiciones celestiales y
comprenden la misión de ayudarlos a crecer y educarlos en principios y valores
como una responsabilidad sagrada y un mandato constitucional y prioritario.
Para hacer realidad este ideal de hogar se requiere de todos los que lo
forman gran esfuerzo y convicción, paciencia a toda prueba, amor en abundancia
que preserve de las desgracias de la infidelidad, perseverancia para no claudicar
en el primer intento, perdonar con sincero corazón, fortaleza para soportar las
tempestades de los días difíciles y dialogar como familia con respeto y
amabilidad para asegurar una comunicación asertiva.
También es indispensable que esposos y esposas resalten sus mutuas
virtudes y cualidades y no hagan tanto énfasis en los defectos y errores que
ven en el otro. Que corrijan a los hijos con la sabiduría del consejo oportuno
y favorezcan el crecimiento de la conciencia justa. Si así actúan habrá menos
corazones rotos, menos niños entregados a la soledad y al tedio que se
extravíen en los parajes de la droga o en los socavones del crimen organizado,
menos divorcios y demandas judiciales para romper los lazos familiares y por
las calles y parques caminarán más seres humanos sonrientes, solidarios y
felices.
Los obstáculos son muchos en una sociedad que hizo de lo efímero su
bandera y del placer, su escudo contra la rutina, pero no hacer el esfuerzo y
sacrificio que la responsabilidad impone es la causa de arrepentimientos y
rencores que amilanan cuerpo y espíritu y arrebatan el bienestar futuro.
Conservar el matrimonio es tarea ardua, pero es mayor desgracia social y
personal ver que la pareja entra en el antagonismo e impone cada quien su deseo
mezquino. El rencor y el odio echan raíces en la profundidad de las almas y los
hijos crecen sin la sombra de quienes en mutuo acuerdo se impusieron el deber
de velar por ellos y llevarlos de la mano a la felicidad
eterna.
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