Este día es un tesoro.
Escribió
la chilena Gabriela Mistral: “Tengo un día. Si lo sé aprovechar, tengo un
tesoro.” Este aforismo indica que vivir el presente no es sólo un asunto que
debe preocupar sino que debe ser planeado de la manera más eficaz para
conseguir todos sus beneficios. De nada sirve despertar temprano y prestar
atención a lo que hacemos y pensamos si no hay claridad mental y moral en la
meta que nos propone el día.
Una
atención centrada en ideas mezquinas como trabajar para acumular o derrochar es
más patológica que útil. En ambos casos los contenidos de la mente reflejan
estados de ánimo enfermizos y ninguno de ellos señala la afectividad que
distingue al ser humano del oso hormiguero que se come a sus crías. En muchos
de nosotros, aún persiste el instinto caníbal y solemos morder a muchos
distraídos que no observan y no saben leer las intenciones ajenas.
No
falta la persona que se siente importunada porque su pareja o su hijo le hablan
y responden de manera ilógica porque no le oyen ni comprenden o simplemente le
ignoran con actitudes de indiferencia manifiesta. Esa ira se empoza en nosotros
y ese desagrado se adhiere al alma de quien esperaba una respuesta amable como
aire contaminado que lo envenena. Con este ejemplo, nos podemos dar cuenta que
el amanecer no llegó con su belleza a embelesar sino a torturarnos. Mas no por
culpa del día sino de la actitud equivocada con la cual lo recibimos.
Al
hallar el desayuno protestamos por el sabor del pan y la temperatura del café y
la persona que gentil lo ofrece comienza a desarrollar el resentimiento. En
algunos casos queda servido sobre la mesa como protesta, más grosera que justa.
Pero quien se queda en casa o va hacia el colegio o el trabajo lleva sobre los
hombros el peso de un día gris que anuncia tormentas. Así el trabajo, el
estudio, la lectura, la música y las conversaciones de ese día se impregnan de
tedio y el alma se sume en la zozobra de la incertidumbre y la monotonía.
Por
actuar de esta manera convertimos el tesoro en desgano, apatía, remordimiento,
resentimiento y otros malestares que transforman el semblante y las buenas
intenciones con las cuales despertamos.
Con
esos ejemplos cotidianos podemos advertir que existe una incomunicación con el
entorno y con las personas que la vida nos ha señalado como integrantes de
nuestro mundo familiar, escolar, laboral y social. Al estar desconectados se
origina caos mental y emocional y todo cuanto hagamos comienza a salirnos mal.
A veces
no hallamos solución a los problemas porque no comprendemos que vivir el
presente impone el deber de ser comprensivos, pacientes, tolerantes y generosos
con los demás. Es más alegre y productiva la vida si la recibimos de buen humor
y buscamos en las personas y las cosas no tanto su utilidad sino su presencia
que nos permite crecer y desarrollarnos.
Debemos
convencernos que en la vida es más importante la congruencia, la armonía, la
unidad familiar, el clima laboral agradable, el gozo de la generosidad, el
placer de servir que esos sentimientos negativos que originan el egoísmo y la arrogancia.
Cuando
aprendemos a vivir de modo empático los resultados son asombrosos y las
personas comienzan a sentir que son importantes y sus opiniones cuentan. Sus
respuestas serán más placenteras y sanas. Así aprovecharemos mejor el día y al
llegar la puesta del sol advertiremos que el día que se sabe vivir constituye
un gran tesoro.
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