Del libro Reflexiones para un Buen día


Prólogo

Nadie puede negar que la memoria de la humanidad es la escritura. Insensato resulta afirmar que un pue­blo sin buenos lectores es un pueblo de progreso. El escritor pierde su tiempo y su vida cuando no halla lec­tores acuciosos y críticos que continúen su obra. Es como el bronce que suena en una aldea de sordos, pero más pierden los sordos que quien hace sonar la cam­pana para alertarlos de los gravísimos problemas de la ignorancia. De palabras se forman los libros como de notas se constituyen las partituras. Pero unos y otras requieren del fiel intérprete que les dé nueva vida. Nada gana el pájaro con tener alas si no hace el esfuer­zo de volar. De nada le sirve a una ciudad una bibliote­ca si no hay lectores. Así como la memoria nos impide que repitamos el error, los libros nos advierten que no es posible asegurar un futuro promisorio sin conocer el pasado, porque como bien dijo alguien: "Quien no co­noce su pasado, está condenado a repetirlo." El hom­bre en su afán de ser inmortal, a través de sus ideas, halló en el libro la perpetuidad de su pensamiento.

Fue Tolomeo 1 Sóter, quien hizo de la ciudad que fundara Alejandro el lugar ideal para la pléyade de ar­tistas y eruditos que la inmortalizaron con sus aportes a la civilización. Pero fue su hijo Tolomeo II el conti­nuador del proyecto de su padre. Encargó a Calímaco de la fundación y cuidado de la Biblioteca que hizo de Alejandría el primer puerto comercial del mundo anti­guo. Citemos a Solimán Lotfallah, en su artículo para Correo de la Unesco,(noviembre, 1988, páginas 9-11) para que tengamos una idea más clara del importante proyecto: "La idea primitiva fue que la Biblioteca conta­ra con una copia de todas las obras escritas en griego, pero pronto se pensó que era mejor adquirir una copia de toda obra de interés escrita en cualquier lengua; por último se determinó conseguir una copia de toda obra existente. Hacerse de todas estas copias se convirtió en una de las actividades principales de los bibliotecarios, que pidieron prestadas a Atenas, contra un depósito en dinero, todas las obras griegas conocidas para copiar­las. Además, cuanto manuscrito se encontrara a bordo de todo barco que fondease en el puerto, era confisca­do en el acto y devuelto tan sólo una vez copiado.

Gracias a este inmenso esfuerzo de recopilación y conservación de cuantos escritos existieran por do­quier, la Biblioteca llegó a ser realmente la primera bi­blioteca universal de la historia. No se conoce con exactitud el número de rollos de papiro que constituían su colección; según las estimaciones, oscilaba entre 400 000 y 700 000, ya que un rollo podía contener va­rias obras, aunque también una sola obra podía abar­car varios rollos.

La Biblioteca fue la primera de la historia que clasi­ficó y repertorio sus fondos con arreglo a un sistema de normas establecidas. Formaban parte de la Biblioteca el Museion o Templo de las Musas, institución perma­nentemente abierta a las actividades artísticas, el ob­servatorio astronómico, el jardín zoológico y botánico y las salas de reunión. Así los sabios y creadores más destacados vivieron o pasaron algún tiempo en Alejan­dría atraídos por la Biblioteca. Entre ellos cabe citar a Herófilo de Calcedonia, quien estableció las reglas de la anatomía y la fisiología; a Euclides, inventor de la geometría; a Eratóstenes, quien calculó la circunferen­cia de la Tierra; a Herón el Viejo, que escribió varios libros de mecánica... En definitiva, la Biblioteca ejerció una influencia esencial en el florecimiento de la cultu­ra grecorromana. Nada queda hoy de este monumento del espíritu humano. Al parecer, la Biblioteca y el Mu­seo fueron destruidos durante la guerra civil que asoló al país durante el siglo III de la era cristiana."

Pero no sólo los pueblos han sobresalido gracias a los libros. Ellos han cambiado el derrotero de la vida de muchos hombres que hallaron un destino sublime en sus páginas. Veamos algunos ejemplos del gran libro de la historia que hemos venido consultando: George Bernard Shaw, un hombre que no tuvo más que los primeros estudios, tímido por naturaleza y avergonza­do por convicción, más ajena que propia, llegó al Nobel de literatura de 1925. Dejemos que sea el mismo escri­tor quien nos relate la experiencia:

"La lectura de El Capital fue algo que torció mi ca­rrera. Marx fue una revelación. Sus abstractas teorías, según descubrí más tarde, estaban equivocadas, pero descorrieron el velo. Me abrieron los ojos a las verda­des de la historia y la civilización, me dieron una fresca y completa comprensión de ellas y me proveyeron de un propósito y una misión en la vida. En una palabra, me hicieron hombre."

Dale Carnegie nos recuerda a Mark Twain, autor de Tom Sawyer:

 "Por aquella época, caminando una tarde por las calles de Hannibal, en Misuri, recogió un pedazo de pa­pel que volaba por la vereda; era una página arrancada de un libro. (...) La página vagabunda pertenecía a una biografía de Juana de Arco, y narraba su cautividad en la fortaleza de Rouen. Las injusticias de todo lo narra­do impresionaron al joven de catorce años. ¿Quién era Juana de Arco? No lo sabía. Ni siquiera la había oído nombrar. Pero desde entonces, devoró todo lo escrito sobre ella. Su interés en la historia de la famosa heroí­na lo apasionó durante más de media vida; cuarenta y seis años más tarde escribió un libro referente a ella, llamado Recuerdos de Juana de Arco."

Todos conocemos a Edison, pero pocos las lecturas por él preferidas. Aquellas que le permitieron pasar del anonimato y la miseria a ser un hijo mimado de Miner­va y un hombre digno de emular. Sigamos a Verdejo en la biografía que hizo del genial inventor:

"En Boston, Edison trabajó intensamente en sus experiencias. Fue aquí donde tuvo la oportunidad de comprar de lance las Obras Completas de Faraday, cir­cunstancia que había de ser decisiva en su vida. El día que las compró leyó toda la noche, sin interrumpirse un momento, hasta la mañana siguiente, a la hora de almorzar. Su amigo y compañero de habitación, Milton Adams, no se atrevió a advertirle que el tiempo pasaba y se imponía el descanso. Le veía tan abstraído... Y cuando al medio día, Edison levantó por vez primera los ojos de la lectura, dijo:

—Adams, tengo tantas cosas que hacer, y la vida es tan corta, que he de darme prisa..."

Podríamos continuar narrando historias de perso­najes que, sin duda alguna, no serían quienes conoce­mos si no se hubieran dado a la tarea de leer.

Pero en nuestro medio, para muchos la lectura re­sulta tediosa y obligatoria y sólo sirve para pasar un semestre o un año lectivo. Por su parte los maestros imponen obras y autores por varias décadas hasta que se pensionan con ellos. La biblioteca escolar es un lugar de castigo (en algunos casos) y el libro, un instru­mento de tortura para aplacar a los indisciplinados. Los padres de familia consideran una malversación la adquisición de libros, y siendo pudientes, no encuen­tran motivación para culturizarse a través de un libro. Necesitamos tomar la lectura como una estrategia que nos lleve a mejores niveles de vida.

No es tarea de los profesores de lengua materna; es un compromiso de todos si queremos un mejor país. Cuando tomemos la decisión de leer por amor al cono­cimiento, seremos dueños de nuestro propio destino, y nuestra bandera ondeará en el encuentro de los gran­des porque quien tiene el conocimiento, tiene el poder; y en los libros está el origen del conocimiento. Así el milagro de Alejandría se repetirá en nuestro suelo.

Para quienes creen que es posible este milagro es­cribí este libro.

Espero que lo disfruten como yo al escribirlo.

Efraín Gutiérrez Zambrano

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