El lenguaje de los sentimientos.




En Secretos de los triunfadores escribí que las palabras son el mágico vestido de las ideas, pero olvidé mencionar a los sentimientos. Sin embargo, éstos hallan en gestos, presencias y actitudes otras formas de comunicarse desde nuestra interioridad. Para comprobarlo basta con observar los ojos ajenos para advertir el tedio o la alegría que causa el vivir. Y si la persona los baja o cierra para evitar que la auscultemos con nuestra mirada, esa actitud manifiesta que estamos en las orillas de ese gran piélago que no se advierte con facilidad porque somos amigos de las apariencias y no de los conocimientos profundos. Todos sentimos sus tempestades diurnas o nocturnas y sus olas serenas, sosegadas y tranquilas. Y sin embargo negamos esos parajes y ponemos en tela de juicio la existencia del alma.
Hay momentos de ansiedad, desasosiego, zozobra, turbación y no podemos negar que hay días de gozo, alegres, generosos, optimistas. El gozo es el disfrute de los encantos y placeres que el mundo ofrece y la alegría es la manifestación natural del ánimo que se alcanza sin presiones externas como el consumo de drogas o de alcohol. Si los ojos brillan o las manos se inquietan por estos medios no es alegría sino euforia. Y ésta es un primer peldaño de la escalera patológica.
Lo ideal es llegar a la paz, el perdón, el amor sincero, el gozo de la vida y la alegría de servir, pero no como instantes, como furtivos momentos, sino como un estado habitual del alma. Para conseguirlo se necesita estar dispuestos a seguir esa senda llena de obstáculos y que lleva al conocimiento de sí mismo que es la condición que la sabiduría exige para hospedarse en nosotros. De igual manera se debe aprender a percibir las palabras, los gestos, las actitudes, las presencias y volvernos competentes en lo que llamo comunicación verdadera para diferenciarla de la asertiva que nos propone la ciencia. La verdadera es un arte; la asertiva, una técnica. Y el arte no se puede enseñar si la persona que lo desea aprender no está dispuesta a vivirlo.
Para salir del aislamiento y desasosiego en el que nos hallamos es indispensable aceptar que existen miles de lenguajes y debemos aprenderlos para comunicarnos con los seres humanos que forman nuestro universo.
La primera norma para iniciar este particular aprendizaje es captar el mensaje, pero no caer en la tentación vanidosa de interpretarlo. Toda interpretación distorsiona la realidad. Necesitamos estar atentos, unidos, en actitud de espera y dispuestos a comprender. El verdadero conocimiento viene del interior y se requiere que el espíritu abra los ojos para no dejarlo pasar. Debemos abstenernos de interpretar las palabras y eventos ajenos y  para no pensar en lo que nos quieren decir con lo que estamos viendo u oyendo. Tenemos que evitar el análisis habitual, la comparación caprichosa, el juicio a priori y la sentencia desobligante.
Los sentimientos que vienen de esos parajes interiores son como la brisa que no vemos pero que sentimos sobre nuestras mejillas y que nos da un placer inefable, sobre todo cuando el ambiente es de bochorno. El lenguaje del alma sólo se aprende cuando olvidamos juzgar a los demás y simplemente los aceptamos como son. Cuando abandonamos la codicia de poseerlos, de manipularlos, de hacerlos objetos útiles, de etiquetarlos, damos a las personas su verdadero valor y al valorarlas nos humanizamos. Al humanizarnos desaparecen las rejas, las espinas, los abrojos, el miedo, el desasosiego, la ansiedad, la zozobra y el alma libre experimenta esa paz que el mundo no da y que es preludio de que entramos en el Edén que el Creador prometió al ser humano que domine su prepotencia y sus instintos.       

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