Emular, antes que imitar.



Si bien los seres humanos casi todo lo aprendemos por imitación no resulta fácil imitar sin humillarnos y sentirnos irrespetados. Nos enfadamos cuando alguien no sigue nuestras sugerencias o no se deja imponer nuestras convicciones. Solemos comparar a nuestros seres cercanos y amados con otros, que nos parecen ejemplos a seguir y por eso queremos que ellos los sigan de manera ciega.
Hay personas que viven y actúan de manera determinada porque esa es la forma como les corresponde a los de su clase o profesión. A éstas les causa repulsión ver que otra persona actúa como ellos sin ser de ese estrato. Les parece una vergüenza que alguien de otro color viva su vida de manera diferente a como ellos la viven. La clase social, los abolengos, la raza, los títulos académicos desarrollan ciertos grados de rigidez y etiquetas que producen vacío y desasosiego en muchos de nosotros porque creemos, erróneamente, que los demás deben ser como nosotros o nosotros como ellos.
Vivimos en continua competencia por tener o ser como los otros. Es tal el ansia que caemos en la envidia y al envidiar nos rebajamos sin saberlo. A veces nos llenamos de ira porque a otro lo invitan a una fiesta y a nosotros nos ignoran. Comenzamos a decir que esa persona es indigna mientras nosotros si tenemos los méritos para estar allí en esa reunión social. Sentimos zozobra cuando no podemos hacer o comprar, por falta de dinero, lo que otros hacen o compran. Nos molesta que alguien muestre la erudición de la cual carecemos porque no pudimos o nos dio pereza estudiar para llegar a ella.
Pero en el interior del ser sentimos que esas ganas de ser como los demás o conseguir las mismas cosas que poseen causa dolor e ira. Ese afán de imitar y poseer frena el verdadero crecimiento humano y genera angustia que deprime y entristece.
Los héroes, modelos y estereotipos son muchos y las dificultades para alcanzarlos son mayores. Es mejor buscar aquello que deseamos ser o poseer para no volvernos amargados, resentidos e intransigentes. Además, esas posturas falsas no causan en los demás otra cosa que repulsión y espanto. Esas actitudes carentes de autenticidad son la causa por la cuales nos ignoran y nos repelen.
Nada ganamos con enfadarnos cuando los demás no nos valoran como quisiéramos  y no nos tienen en cuenta. La vida nos enseña que estas desavenencias son nimiedades que impiden que seamos felices. Dejemos de comparar a nuestra pareja o a nuestros hijos con otras personas que ni siquiera saben que son ellos nuestros modelos a seguir. Esas comparaciones son intenciones frustradas que nos llenan de pánico y humillación.
Nada mejor que ser uno mismo e ir por la vida sin máscaras ni tatuajes. ¿De qué sirve a un joven querer ser como el cantante de moda y dejarse el cabello como él?  En el fondo todas estas imitaciones son claras muestras de ignorancia y egoísmo que deshumaniza y angustia.
Si analizamos con objetividad advertiremos que cada persona vive su tiempo y sus circunstancias de manera única. Las actitudes y formas de pensar son el producto de la cultura, la edad, el sexo, la educación y sin lugar a dudas, la clase social.
Las experiencias ajenas sirven, siempre y cuando las observemos sin caer en la vulgar imitación. Seremos más felices si nos esforzamos en emular lo bueno y evitar lo malo, si dejamos que los demás vivan su vida mientras nosotros gozamos la nuestra, si desarrollamos la autenticidad y seguimos el derrotero que tracemos después de una mirada interna que nos señale la luz y el ideal de lo que realmente deseamos ser y poseer. 

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