Todos tenemos problemas




La vida de los grandes hombres enseña que todos tenemos problemas porque ellos también los tuvieron y hasta fueron mayores que los nuestros. Si desea comprobarlo revise las biografías de Sócrates, Simón Bolívar, Franklin Delano Roovelt, Hellen Keller, Winston Churchill, Albert Einstein, Tomás Alba Edison, Albert Schweitzer, Ludwig Van Beethoven, Mahatma Gandhi, Marco Fidel Suárez y se dará cuenta que tenían limitaciones como ceguera, sordera, parálisis, sus hogares se habían roto, padecían pobreza extrema, o tuvieron que soportar situaciones tensas y perturbadoras. 

Uno se puede preguntar y es bueno hacerlo. ¿Por qué ellos superaron sus problemas y triunfaron? Y es mejor la analizar la pregunta: ¿Cómo lo hicieron? Pero seguramente llegaremos a la conclusión de que cada problema exige una solución particular. 

Por eso me concentraré en responder  la primera pregunta donde sólo hay una respuesta: Porque no buscaron excusas que los precipitaran en el fracaso. Aceptaron sus limitaciones y se enfrentaron al mundo casi sin reparar en ellas. No levantaron montañas de obstáculos sobre sus limitaciones y ante las circunstancias particulares de sus vidas tomaron el camino de la voluntad férrea y trabajo tenaz que conduce a mejores niveles de vida.

En cambio, muchos de nosotros tenemos un problema y lo transformamos en algo tan grande que su presencia nos asusta y doblega. Si fuéramos más objetivos comprobaríamos que todo problema, si lo aceptamos, tiene una solución. Además, ellos prueban nuestra inteligencia, y si los vencemos, nos llevan a nuevos triunfos.

Existe un vicio mayor que consiste en echarle la culpa a otro de nuestras dificultades. También, tenemos que dejar la manía de buscar quien nos solucione nuestros obstáculos y prepararnos a saltar llenos de valor sobre ellos para examinarlos y hallarles por cuenta propia la solución acertada. .

Lo anterior es tan cierto que el vulgo suele decir que el único problema que no podemos vencer es la muerte y eso porque no tenemos esperanza en una vida trascendente. Si la tuviéramos la muerte sería puerta hacia el más allá y no nos causaría pavor alguno.

Cuando no encaramos los problemas con la inteligencia y voluntad que reclaman el rostro se aja y la mirada se cae y todos aquellos que nos ven hasta pueden llegar a sentir lastima de nosotros. Quizás no nos demos cuenta pero dejar que el ánimo decaiga y el rostro se marchite no soluciona nada porque tal actitud sólo nos trae más problemas. Esta plenamente demostrado que preocuparnos por ellos altera los sistemas cardiovascular  y nervioso. Más de una persona de las que se ha dejado agobiar termina en infarto fatal.

Pero tampoco es bueno caer en el otro extremo. Con razón se dice que todo extremo es vicioso. Enfrentarlos con pasividad y desinterés tampoco es digno de quienes desean salir triunfantes ante las adversidades de la vida.

La cordura señala que podemos ganar la batalla si diseñamos estrategias bien pensadas y sin precipitarnos, es decir, sin dejar de llevarnos por la impulsividad.

Recuerdo que una vez un amigo me refirió que cuando rompió con su esposa quedó sumido en la frustración y ésta lo condujo a una depresión enfermiza.

Una mañana, en el puerto donde se encontraba, decidió caminar por las arenas de la playa hasta cansarse.

“Andando, llegué a una rocas donde se habían depositado gran cantidad de moluscos. Me senté en una de ellas y cerré los ojos.

Sentí como las olas comenzaron a alebrestarse. Más adelante noté la presencia de alguien que me observaba. Me di la vuelta y vi a un anciano sentado en las escaleras que se encontraban a mis espaldas. Le ignoré y cerré los ojos de nuevo.

Minutos más tarde el anciano me empujó fuera de la roca. Le pregunté por qué hacía eso, mas no respondió. Cerré los ojos de nuevo y minutos más tarde ocurrió lo mismo; esta vez reaccioné con ira, le empujé y se golpeó.

Con lágrimas en los ojos me señaló que era mudo. Me mostró la piedra donde había estado apoyado minutos antes y observé que una serpiente herida estaba soltando su veneno.

Atónito miré al anciano que sacó un papel de su bolsillo y escribió:

“No actúes sin pensar; piensa para actuar si no quieres que el arrepentimiento te dañe la vida”.


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