EL TRONCO Y LA NIÑA


EL TRONCO Y LA NIÑA

NIÑA: ¡Qué horror! No veo sino el campo yermo, solitario. ¿Dónde está el árbol? ¿Dónde la gala y el perfume de las flores? ¿Dónde las avecillas y las mariposas danzando en el éter azul? ¡Qué ho­rror! ¡
Qué tristeza, qué soledad!
TRONCO: ¡Pst, pst, pst! ¡Mira, niña. Ven!
NIÑA: ¿Quién me llama? ¡Uy, qué miedo!
TRONCO: No te asuste mi voz, linda niña. Mira al suelo, aquí, a tu lado.
NIÑA: Oh, sí, ya te veo, canoso tronco, descan­sando sobre la madre tierra. ¡Pobrecito. Te dejaron sin ramas y sin hojas! ¡Ay, cómo tendrás de frió!

TRONCO: Cierto, no soy más que un viejo tronco que el sol y la lluvia, aliados con mi verdugo el viento,  quieren transformar en humus, en  ceniza que fácilmente por los aires vuele, o que vaya a dar al mar, llevado por las aguas de los ríos!

NIÑA: ¿Y cómo te defiendes, querido tronco?

TRONCO: ¡Ay, niña!, cuando era frondoso árbol me podía defender del aire, del agua y del sol. Pero un día el hacha cruel  de los hombres me castigó por dar refugio a las aves del cielo. Por acariciar con mi sombra al fatigado viajero. Por tener el defecto de ser bello, pues mis flores y mis frutos eran el milagro del campo. Por perfumar la atmósfera. Por purificar el aire. Por estos horribles crímenes me condenaron a ser deshojado y des­cuartizado por el hacha de los hombres.

NIÑA: ¡Oh, qué injustos fueron contigo! ¡Pobre­cito! ¡Qué hombres tan malos!
TRONCO: Mira, linda, acércate y siéntate sobre mí, ya que no puedo ofrecerte más. Yo bien sé que los únicos amigos que tenemos los enfermos, los desamparados y los tristes, son los niños. Sobre todo los árboles nos sentimos como niños, y adora­mos a los niños. Ellos son nuestra única defensa contra los hombres malos que nos odian.
NIÑA: Gracias, amigo tronco. Aún así, mutilado, desamparado, cuan útil y amable eres. ¡Todavía en este lugar que es tu tumba, me ofreces el regalo de tu asiento!

TRONCO: Mira, pequeñita, escúchame. Te he llamado para pedirte un favor, el favor más gran­de... que un padre en agonía pueda solicitar a alguien. Dentro de muy poco voy a morir. Pero, ¡ay Dios mío!, mira linda niña... te confieso mi secreto: TENGO MUCHOS HIJOS. Mira todavía cuántas semillas quedan en torno mío. Ay, niña: recógelas y siémbralas lo mejor que puedas. Llama a los demás niños para que te ayuden. Cuida a mis hijos los árboles niños. Nadie sino tú puede comprenderlos, y quererlos, y tolerarlos. ¡No los de­jes   desamparados!   ¡Protégelos  del  hacha de  los hombres malos! Yo, en cambio, si defiendes a mis árboles niños, te ofrezco un bello campo adornado de árboles verdes que harán más hermosos tus juegos, y los de todos los niños-árboles, que son un espectáculo maravilloso de la naturaleza.

Este texto pertenece a uno de mis libros publicado en 1978, Bululú y otros cuentos. 

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