Oración del día
15 de junio de 2022
Padre celestial:
Hoy te alabo y bendigo porque Tú, mi Dios, eres la fuente del amor.
Pero no tenemos un
sentido claro del amor. Entonces debemos preguntarnos:
¿De qué amor
se trata? ¿Será el «amor» de la literatura y la poesía o el que se expresa en
las canciones o tal vez el que representan las películas? ¿Por qué en nombre
del amor se codicia el cuerpo ajeno, se engaña al amigo y a la pareja? ¿Cómo
entender que algunos afirman que matan, crímenes pasionales, en nombre del amor?
Todo esto ocurre porque el amor humano, si no descansa en Dios, es amor a sí
mismo de manera egoísta, muy cercano al odio y al deseo soberbio de posesión y
propiedad.
“El amor es
de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios... Dios es amor. En esto se
mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito
al mundo, para que vivamos por él”. (1 Juan 4:7-9)
El amor se manifestó
en la persona de Jesucristo. El Hijo de Dios vino a dar a conocer el corazón
del Padre. El amor de Dios también puede ser visto en la vida de un creyente
que manifiesta humildad y olvido de sí mismo. El amor no se enorgullece, pues
no piensa en sí mismo, no se compara con los demás, sino que se pone a su
servicio. En nosotros reside el amor si tenemos a Dios en nuestro corazón. Éste
no emana de nuestra propia naturaleza humana, la cual es incapaz de hacer el
bien sin el auxilio divino. Cristo mostró, durante toda su vida, lo que es la
verdadera humildad; y su muerte por seres que lo odiaron y condenaron es la
mayor expresión de su amor. Nos dio a conocer a Dios, quien es amor (1 Juan 4:16).
"El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo" (Romanos 5:5), para que lo irradiemos a nuestro alrededor. La
responsabilidad y el papel de todo seguidor de Jesús es demostrar que acata la
voluntad de Dios y ama a su prójimo como así mismo. Pidamos a Dios, fuente de
amor, que comprendamos el verdadero amor y obremos con buena intención para que
gocemos de la “verdad", es decir, la gloria que Jesús nos prometió. (1
Corintios 13:6). Amén.
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