Oración del día

 


30 de junio de 2022

Señor Jesús:

 

Tú vuelves las tinieblas en mañana como lo había anunciado el profeta Amós. (Amós 5.8).  Tú lo demostraste a María Magdalena (Juan 20:11-18). Ella, aquella mañana del domingo de Gloria, lloraba cerca de la tumba donde había visto depositar tu cuerpo sin vida. Tú la habías liberado del poder de Satanás y, desde entonces, te seguía. Formaba parte de las mujeres que te habían servido. Con el corazón destrozado, te había visto clavado en la cruz. Aún tenía en su mente la imagen de los dos hombres que bajaron tu cuerpo de la infame cruz y lo habían puesto en la tumba. Era el alba del domingo cuando María Magdalena regresó para ver tu cuerpo, pero ya no estabas allí. La piedra que cerraba la entrada de la tumba había sido rodada y el sepulcro estaba vacío. Muy angustiada se echó a llorar. Luego vio allí a un hombre y pensó que era el hortelano. Entonces te dijo: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré" (Juan 20:15). Tu respuesta fue breve, directa al corazón: "¡María!" En realidad, eras tú mismo, vivo y resucitado. Después añadiste: "Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Juan 20:17). ¡Qué expresión tan bella y de gran significado para quienes te aceptamos como el Hijo de Dios! Tu Padre pasó a ser Padre de todos tus discípulos. En la oración que habías dado a tus apóstoles lo habías dicho y ahora lo confirmabas antes de dejarlos, pero desde entonces, supieron ellos y nosotros que tenemos un Padre en el cielo. María no necesitó saber más y se fue corriendo para anunciar la maravillosa noticia a los que habían seguido a Jesús. Esta buena nueva es la que llena nuestro corazón de gozo. En el cielo tenemos un Padre que nos ama, y desde ahora podemos aspirar a formar parte de la gloriosa familia de los redimidos con tu muerte en la cruz.  Gracias Señor Jesús por tu vida y por abrir las puertas del Reino celestial. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días. (Salmo 23:6). Amén.

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