Las falacias de nuestras percepciones.

Gracias a los sentidos que nos ponen en
comunicación con el mundo exterior comenzamos a moldear la vida como si
estuviéramos haciendo galletas con figura de payaso. Sin advertirlo nos metemos
en el molde y perdemos la modificabilidad estructural cognitiva que el Creador
dio a nuestro cerebro. Para explicar esos términos del psicólogo Reuven
Feuerstein en forma sencilla digamos que el cerebro es como una plastilina que
puede tomar la forma que deseemos. Sin embargo, somos amigos de lo rígido, de
los modelos, de los límites y fronteras, de meter a los pájaros en jaulas y a
los peces en acuarios transparentes, de hacer de los demás, incluyendo nuestros
hijos, personas de mentes cuadradas.
Con el tiempo esa plastilina se endurece y
qué difícil es que pensemos que hay mil caminos para llegar a Roma. Comenzamos
a sufrir porque un cuerpo temporal y vulnerable lo convertimos, gracias a los
moldes que fabricamos, en un organismo eterno y de acero. Si lo dudan llamen a
Clark Kent, periodista tímido y torpe, pero que sale a la defensa de la
justicia, con su traje de Superman.
Eso es una falacia, una percepción equivocada
de la realidad que nos llena de ansiedad. Sería menos dolorosa la vida si
admitimos que somos seres con fecha de vencimiento, frágiles como porcelanas,
falibles y defectuosos. En consecuencia el dolor no es un absurdo sino una
señal que nos indica que somos mortales. La fragilidad, la exigencia de ser
niños tiernos y felices. La falibilidad, la necesidad manifiesta de ir siempre
dispuestos a aprender y corregir para llegar a la verdad. Y los defectos, la
medida rigurosa de la imperfección que niega toda vanidad.
Así seríamos capaces de renunciar a poseer sin
medida y la codicia de los banqueros sería un vocablo más en los cuentos de
hadas. Buscaríamos ser auténticos y las mentiras desaparecerían de la faz de la
tierra como el rocío que evapora el sol con su llegada. Aprenderíamos que el
sufrimiento interno nos comunica con los desvalidos y enfermos de la sociedad
automatizada. Aceptaríamos de buena gana que hay personas diferentes y que
todos tenemos defectos, lo cual impediría, que nos creamos perfectos y superiores.
Al fin comprenderíamos que más importante que
tener una profesión u oficio es llegar a ser humanos. De esta manera, el doctor
miraría a su enfermo como otro yo, el abogado expondría argumentos de comprensión
y el juez sabría ser justo sin apelar a la rigidez de la norma, el sacerdote ofrecería
el sacrificio sin distinguir entre santos y pecadores, el maestro mostraría la sencillez
y el ejemplo como instrumentos preferidos de la didáctica, el bombero hallaría placer
al incendiar de amor los corazones de quienes todo lo han perdido en el incendio,
los padres y madres no buscarían tantas razones para separarse sino para brindar
a sus hijos seguridad y cariño verdadero, la probidad y la decencia estaría en los
programas de los políticos en la primera línea y los periodistas y comunicadores
contribuirían a la civilización con noticias más que escuetas, edificantes.
Pero ahora, como autor de este sueño, sólo espero
que no me llamen iluso por creer en nosotros, los seres humanos.
El 6 de junio presentaremos la tercera edición de Secretos de los triunfadores. Gracias por apoyarme con la difusión de esta obra al leerla y comentarla.
Gracias por este discurso que me sentí bien en el sentido de rosca ¿Eres profesor?:-) :-) :-)
ResponderEliminarSí señor. Gracias por el comentario.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar