Oración del día
10 de abril de 2022
Padre celestial:
En esta madrugada te alabo y agradezco todas tus bendiciones. Gracias por este nuevo amanecer que me concedes para contemplar tus obras maravillosas. Tú quieres que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. (1 Timoteo 2:3-4). Para cumplir este propósito enviaste a la tierra a tu Hijo Jesús. Él en uno de esos momentos diarios de oración te pidió: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. (Juan 17:17 )
Pero muchos de nosotros expresamos a menudo: «Tengo mi propia verdad, mi opinión... válidas
como la de cualquier otro». Si fuese suficiente ser sincero y estar convencido
para estar en la verdad, podríamos decir perfectamente: «A cada uno su verdad.
Este relativismo en lugar de aclarar crea caos y confusión. ¿Por qué unos
tendrían razón y otros estarían equivocados?». Pero si recibimos lo que nos es
revelado por Dios, sometemos toda opinión a su Palabra. ¿A cada uno su verdad?
No, nuestra vida tiene un sentido, y hay una verdad a la que debemos asirnos,
una verdad que nos supera, que viene de Dios. ¿No la ha percibido aún? Quizás
la agitación reinante o nuestros propios razonamientos impiden tomar conciencia
de ella. Lo que necesita el hombre del siglo 21 es detener el bullicio del clarín
y escuchar la voz de Dios. ¿Qué puede asegurar al hombre el verdadero
conocimiento y la libertad de pensamiento? Ni la liberación de las pasiones, ni
siquiera el intento de evasión espiritual que ofrecen las prácticas basadas en
la meditación. El hombre no necesita una nueva experiencia que le dé una
dimensión superior, pues ya la posee: fue creado para vivir en relación con Dios
mismo. Al mirar a Dios recibe la verdadera luz que alumbra a todo hombre. Esta
luz, por un lado, nos condena, porque nos hace ver nuestro estado de pecadores,
pero por otro lado hace brillar sobre nosotros la gracia y la misericordia
divinas. Jesús, el Hijo de Dios, vino a la tierra para dárnosla a conocer. Él
mismo dijo a su Padre: "Tu palabra es verdad" (Juan 17:17). Ella no
ha cambiado. "Permanece para siempre" (1 Pedro 1:25) Pidamos a
nuestro buen Padre que derrame sobre nosotros su Santo Espíritu para que
podamos comprender que la única verdad a la que debemos aspirar es Jesucristo.
Sigamos sus pasos y rindamos gloria a quien nos rescató del pecado con su muerte
en la cruz. ¡Amén!
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