Oración del día
26 de abril de 2022
Señor Jesús:
Tú expresaste que oráramos a Dios sin desanimarnos, de día y de noche. Nos diste una oración breve, pero profunda. Nos pusiste ejemplos en las parábolas. Con ella nos advertiste que Dios no necesita grandes discursos para comprender nuestras necesidades. Sin que las digamos, como Tú conoces nuestros pensamientos y sentimientos, sabes lo que pediremos. Sin embargo, esperas que te demostremos nuestra fe.
La parábola del “juez inicuo y la viuda” es un buen ejemplo de la perseverancia que debemos tener al orar. Esta parábola nos presenta dos personajes antagónicos: uno que representa al Dios de la justicia y el otro que reta al mismo Dios. La audiencia tiene que meterse en el drama de la parábola para darse cuenta de cuál es el personaje cuyo comportamiento se debe imitar y cuál es el personaje cuyo comportamiento se debe evitar.
En esta parábola, Lucas nos presenta el tema de la
oración: “Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, les contó
una parábola” (Lc 18,1). Lucas es el evangelista que más veces presenta a Jesús
orando e invitando a la comunidad a poner en práctica la oración (Lc 3:21;
5:16; 6:12; 9:28-29; 11:1-13; 22:32; 22:39-46; 23:46). El evangelista, fiel a
su narrativa, omite todo dato sobre la ocasión y las circunstancias de la
parábola. Lucas centra su atención en la necesidad que tiene la comunidad
de orar siempre. La oración requiere fe en el poder de Dios y confiar en la
Palabra de Jesús.
La parábola del juez que vivía en una ciudad sin
nombre, con un sistema en el que la justicia rara vez llegaba a las personas
excluidas, no tiene nada de raro. Lo insólito de la parábola es que ese juez
sin nombre, sin familia, ahora vive como enemigo acérrimo del Dios que imparte
justicia. Lucas, en su parábola, presenta la figura del “juez,” como la persona
necia que ha decidido vivir sin Dios: “Dice el necio en su corazón: ‘No hay
Dios.’ Se han corrompido e hicieron abominable maldad; ¡no hay quien haga el
bien!” (Sal 53:1). Resulta escandaloso que este juez sin nombre afirme y
desafíe a Dios cuando confiesa de manera pública que no teme a Dios ni respeta
a las personas que buscan justicia. “Había en una ciudad un juez que ni temía a
Dios ni respetaba al hombre” (Lc 18:2). Pero la perseverancia de la viuda lo
vence y obtiene justicia. Si se obtiene respuesta de un juez inicuo, no dudemos
que el Dios de justicia responderá a nuestras plegarias.
La oración no es una fórmula mágica, un poema de signos poderosos, es
sólo nuestro vacío expresado con palabras, es nuestra gratitud convertida en
himno, es nuestro amor hecho alabanza a quien nos amó, tanto que envió a su
Hijo para morir en el madero de la cruz y así fuéramos dignos de la vida
eterna. Confiamos en tu palabra, Señor, y sólo te pedimos que te acuerdes de nuestras
familias, que pongas bajo tu protección a nuestros hijos y nietos. Amén.
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