No bebo ni fumo.
16 de marzo de 2013
Para muchos es difícil aceptar que la
única verdad que podemos decir que es nuestra es aquella que buscamos y que
después de muchos sacrificios hallamos en los hechos cotidianos de la vida.
Es aún más arduo desarrollar el hábito
de buscadores de verdades porque carecemos de las técnicas para encontrar esas
enseñanzas en cada una de circunstancias que los días presentan.
Olvidamos que el propósito de cada día
es salir al encuentro de aventuras que nos permitan crecer en todas las
dimensiones. Aventurar es arriesgar, es someternos a peligros que exigen
pequeños o grandes esfuerzos y sin los cuales no será posible mejorar las
condiciones para gozar del bienestar que satisface al cuerpo y llena de gozo el
corazón.
La duración de cada aventura es
variable. A veces dura sólo un instante, otras un día, y no faltan las
ocasiones en que es necesario que transcurran muchos años. Lo cierto es que al
discernir hallamos bajo las apariencias de los hechos lecciones de vida y motivos
para vivir. Son enseñanzas que no provienen de los libros, aunque nadie puede
negar los beneficios de la lectura, sino de la reflexión sobre lo que hacemos y nos pasa.
Recuerdo que no había cumplido la
mayoría de edad cuando comencé a fumar. Al principio me pareció que este vicio
daba a mi personalidad esa importancia que veía en los actores de cine, porque
era la época en que no había película
donde sus protagonistas no bebieran y fumaran, pero con el paso de los días la
adicción me dominó sin que me diera cuenta.
Había comenzado con uno o dos
cigarrillos al día, pero cuando llegué a los treinta años de edad el cuerpo
enfermo me exigía dos o tres cajetillas de veinte cigarrillos. Digo enfermo
porque subir unas escaleras del primero al segundo piso me fatigaba. Los dedos
de la mano derecha adquirieron un color sepia que descubría mi vicio y torpeza
ante los demás. Si no lo notaban en mis manos también me denunciaba el aliento.
Comencé a preocuparme por los estragos
que estaba causando en mi salud el consumo de cigarrillo y seguí todo consejo
que los amigos o los medios de comunicación me daban para alejarme de tan
horrible vicio. Ningún tratamiento daba resultados porque mi voluntad había
perdido su fuerza.
Pero el día 21 de junio de 1988, en la
ciudad de Ibagué y a eso de las 10.45 de la mañana, me hallé frente a una
cafetería donde un espejo inmenso reflejaba de cuerpo entero a quien se parara
frente a él. Entonces me vi fumando y exhalando humo como si fuera un
espantapájaros en plena calle. Gracias a la imagen virtual vino a mi mente la
solución para liberarme de esas cadenas que ataban todo mi ser al que al
principio me pareció un inofensivo cigarrillo. Me pregunté inicialmente: ¿Sí tú
eres inteligente, por qué no te das cuenta que con un cigarrillo en la mano te
ves como un idiota? ¿No te da vergüenza que los demás te miren entregado a un
objeto que no ha hecho otra cosa que arruinar tu salud?
Cuando quise pasar a la tercera pregunta
noté que una fuerza inusitada brotaba del interior de mi ser. Me dije: Desde
hoy demostraré a este cigarrillo y a los se encuentran en la cajetilla que soy
superior a ellos. No me dejaré doblegar por tan insignificantes enemigos. Fui
un estúpido al meterme con ellos, pero gracias a Dios estoy a tiempo de salir
de su prisión.
Ese día pude convencerme de que la
solución que buscaba para mi problema emergía del interior de mi ser. De esa
conexión consciente entre cuerpo y mente surgía la liberación que buscaba.
La fuerza de la voluntad era la verdad
que deseaba y tuve consciencia de que brotaba del sosiego interior y la
reflexión bien dirigida a través de las preguntas formuladas. Esa verdad
manifestada en las respuestas me devolvió la libertad perdida y la salud
arrebatada.
Retorné al camino de la risa y el
bienestar. Después de muchos años comprendí que para dejar el cigarrillo no hay
nada mejor que la fuerza de voluntad. Después apliqué el mismo procedimiento al
alcoholismo que también me dominaba. Ahora estoy orgulloso y en este amanecer
siento que soy un hombre nuevo y fuerte. Aquí en secreto les comparto: Soy
feliz porque no bebo ni fumo. Mucho fue lo que gané desde que abandoné esos
verdugos que deseaban mi muerte. Indudablemente no hay regalo más hermoso que
la salud.
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