Perdonar es una necesidad.
Perdonar
puede parecernos una acción sencilla, pero si nos detenemos a pensar en lo que
significa este concepto descubriremos que es un proceso complicado. Mas no
podemos ir por la vida sin aprender a perdonar si queremos encontrar la alegría
y felicidad para nosotros y para los seres que amamos.
Chesterfield,
Philip S. en su libro Cartas a su hijo
escribió: “Los espíritus pequeños y viciosos abundan en cólera y venganza y son
incapaces de sentir el placer de perdonar a sus enemigos.” Como puede colegirse
del aforismo anterior, quien no aprende a perdonar es un alma mezquina y enana
que no merece más que lástima. Pero son muchos los que esperan el perdón de sus
equivocaciones y son muy pocos los que tienen la nobleza para perdonar a
quienes les ofenden con sus acciones y palabras.
Perdonar
es una necesidad que sólo experimentan las almas grandes. Por eso renuncian a
la venganza que es humana consecuencia de la ira y el instinto para permitir
que brote el perdón que es un regalo celestial. El que perdona es persona más
sabia que el común de los mortales porque ella lo comprende todo e intuye que la ofensa es como la espina que
si no la sacamos de la piel terminará causándonos mayores males porque se
pudrirá y aumentará el dolor y la infección hasta llevarnos a la muerte.
El
proceso del perdón tiene sus momentos y no se pueden omitir. En el instante en
que se causa la ofensa la herida sangra y es conveniente alejarnos de la
persona que la ha causado con su proceder. Lejos de ella podremos reflexionar y
curarla poco a poco como quien la venda con sumo cuidado. El perdón no aparece
como una consecuencia inmediata sino como el producto que elabora la reflexión
fría que hace disminuir el enojo y la sed de venganza. Si se omite este momento
aumentará en el futuro la ira y comenzará la mente a elaborar la manera cruel
de vengarse del agravio que de labios para fuera fue perdonado. Si somos los
ofensores tendremos que recapacitar y aceptar nuestra equivocación. Por eso
conviene que el tiempo, como buen aliado caiga sobre la herida hasta
cicatrizarla. Luego con determinación y conscientes de la necesidad de perdonar
para volver a ser libres debemos encaminarnos a conceder o suplicar el perdón
según seamos ofendidos u ofensores. El verdadero valor de humanidad no se
consigue con aspirar a ser superiores y perfectos si pasamos por alto el
imperativo de quien nos perdonó desde lo alto de la cruz luego de ser
injuriado, calumniado, escupido y coronado de ignominia.
Es
deber nuestro dejar de ser ese tipo de persona que desprecia a quien le perdona
porque lo considera débil. Mayor debilidad expresa la venganza que el perdón.
Además, no me cansaré de repetirlo, el perdón es la máxima expresión del amor.
El perdón distingue al buen gobernante y es diadema de luz en la frente del
hombre superior.
Tampoco
debemos alimentar la soberbia que impide que concedamos el perdón a quien lo
solicita con auténtico arrepentimiento. La injuria siempre será menor que la
dignidad del ofensor y la magnanimidad del ofendido.
Después
que hemos sentido dolor, cólera y sed de venganza tenemos dos opciones:
perdonar o vengarnos. Lo más prudente es perdonar para no permitir que el
corazón se endurezca, pero la herida quede abierta y destilando sangre y
veneno. Al perdonar rompemos con el pasado oscuro que llena de espanto el
camino. Dejar asuntos pendientes arrebata el sueño en las noches y la
tranquilidad en las horas del día. Por eso es común escuchar en los labios humanos
expresiones tales como eso no lo perdono jamás o aquello no lo olvidaré ni con
la muerte. Pero no debemos olvidar que el perdón no solo redime al ofensor y al
ofendido sino que nos hace merecedores de la gloria imperecedera.
Busquemos
el perdón para asegurar la paz y hacernos dignos del perdón de Dios. De lo
contrario la muerte eterna nos abrazará. Sólo perdonando a los demás llegaremos
a comprender que si bien el mal existe tenemos la obligación de abrir la puerta
que conduce al Sumo Bien con la llave del perdón. Sólo así derrotaremos la
injusticia y la iniquidad del mundo.
En El Rey Ricardo II, su autor William
Shakespeare nos legó esta sentencia que bien puede servirnos de conclusión: “Decir
dos veces perdono no es perdonar dos veces, sino hacer más eficaz un solo
perdón.”
Buenos dias. Ahora sí me permite poner comentario. Muy bueno e interesante el artículo, pero yo me pregunto. Si jamás tengo sed d venganza, por mucho dolor que me causen, pero me cuesta años olvidar y cuando todo en el interior se suaviza, con esa persona nunca volvera a ser como era. Me puedes decir como se llama eso?. Realmente se ha perdonado?
ResponderEliminarEl perdón exige el olvido y si el tiempo pasa pero el perdón no florece a eso llamo rencor... y los rencores son como olas que chocan todos los días contra la roca hasta que la fragmentan.
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