Aprende a escuchar.
9 de marzo de 2013
Desde que nace el ser humano experimenta la
necesidad de escuchar. En la infancia, cuando apenas balbucea, desea indagar.
En la adolescencia espera que alguien le sepa guiar y aconsejar. Cuando su
mente se llena de preocupaciones y
comienza a sentir la existencia como fardo, aspira a manifestar lo que piensa,
y para conseguirlo, busca a alguien que lo escuche. Aunque receloso, se da a la
tarea de encontrar una amistad, una compañía, para tratarla como gran tesoro.
En las palabras, los mágicos vestidos de las ideas,
varones y mujeres hallan el vehículo que el alma necesita para proyectarse
hacia otro y henchida, ya de alegría, ya de tedio, romper el silencio que
impone la desconfianza.
Cuando alguien lo escucha entiende que a esa persona
le interesa y deja de ser taciturno. Sabe que la timidez es signo de
incomprensión e incompetencia. No saber comunicarse le aísla y disminuye.
Hallar a alguien que lo escuche, lo acoge y tranquiliza porque le da seguridad.
Siempre sentirá la necesidad de hablar y describir
los paisajes del mundo interior como los del exterior. Las historias le atraen
y apasionan. Palabras que lo animen, lo rejuvenecen y llenan de gozo. Nada más
placentero que hallar a otra persona dispuesta a escucharlo. Esta actitud
desinteresada es homenaje y prueba de amor que lo enaltece.
Para ser agradable en la conversación, más que
hablar, indispensable es escuchar. El que acoge a otro con su silencio le
demuestra que su alma no está llena de egoísmo. Hermosa es la relación con el
otro para explicarle, esclarecerle, tranquilizarle, motivarle, enriquecerle y
valorarle. Inquietudes y preocupaciones desaparecen cuando se expresan y
alguien las escucha sin recriminar.
Los petulantes y soberbios escuchan por un momento
al otro para luego eclipsarle, desanimarle y por último aplastarle con su
prepotencia e ignorancia.
Pocos son los que saben los beneficios del silencio.
Olvidan que es con el silencio y el respeto como se domina la ira propia y
ajena. El silencio ejercita la voluntad y la inteligencia y las dispone para el
amor y las empresas encomiables. Al
silencio oportuno no puede seguirle el castigo sino el aplauso general.
Quien sabe escuchar se vuelve persona que todos
desean conocer y admirar. A ella acudirán en busca de sabios consejos y dulces
palabras que hagan más llevadera la carga de la existencia.
Quien sabe escuchar comprende que para subir hay que
hacer el esfuerzo que la inclinación de la escalera reclama.
Quien sabe escuchar entiende que nada pierde al doblegarse
para buscar aquello que el otro extravió.
Quien sabe escuchar no sólo quita la venda de la
herida sino que pone en sus palabras el bálsamo que el alma ajena necesita.
Quien sabe escuchar tiende la mano para saludar y
sostener al que tambalea y está a punto de caer.
Quien sabe escuchar ofrece su sonrisa sin esperar
que el otro deje de fruncir el seño y con su alegría extiende la sutil
invitación a la armonía.
Quien sabe escuchar no adoctrina ni sermonea sino
que simplemente deja al otro libre para que escoja la solución que le conviene.
Quien sabe escuchar asiste al banquete y, si alguien
solicita su consejo, le enseña sus recetas de vida.
Quien sabe escuchar colecciona palabras tiernas y
amistosas que venzan la desconfianza de las almas resentidas.
Quien sabe escuchar busca respuestas acertadas más
que preguntas que desestabilicen y confundan.
Quien sabe escuchar confía en Dios para que su
silencio no sea el fruto de sus razonamientos sino de la bondad divina que
acoge al ser humano que cura y que redime.
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