Que no te manipulen.


Desde que se nace se adquiere una deuda con la sociedad que presta al ser humano la lengua materna para que pueda desarrollar sus habilidades comunicativas en la interacción con otras personas. Gracias a ese ejercicio interpersonal los seres humanos desarrollan la inteligencia y eligen y valoran las palabras que mejor se adaptan a sus intenciones.    
Reconocer y respetar el poder de las palabras en que se traducen los  pensamientos parece una tarea fácil, pero en realidad es mucho más compleja. Comprender y juzgar son condiciones sin las cuales no es posible la determinación de adherir o rechazar las ideas ajenas y que en lenguaje se conoce como oraciones afirmativas o negativas. Pero no por afirmar se adhiere o por negar se rechaza. Afirmar o negar dependen de la verdad lógica, es decir, de la concordancia del pensamiento con la realidad. Adherir y rechazar son actos donde inteligencia y voluntad intervienen de forma activa.
Muchas de las ideas se originan en otras personas y por tanto son respuestas a estímulos externos. Pero a veces no son los seres humanos conscientes de las intromisiones de sus semejantes y por eso tampoco tienen cuidado de que otras personas introduzcan ideas, intenciones, gustos y tendencias ajenas en la mente y lleven a las personas a actuar según los propósitos de quienes los manipulan.
Cada día aumenta la creatividad e influencia de las ideas que los medios de comunicación imponen sobre la sociedad. Desde la invención de la imprenta las ideas aceleraron su rotación y las oportunidades para manipular a otros se triplicaron gracias a los libros y periódicos. Más tarde la radio impuso sus artistas y gustos a la población. Con el advenimiento de la televisión ese peligro de convertir al ser humano en títere se hizo patente. Hoy las redes sociales no sólo divierten sino que son  adictivas. Y más de uno no puede negar que idiotizan.
Ya no se puede negar que muchas de las sobresalientes personas de éxito lo deben a las recomendaciones que los medios de comunicación hacen de ellos.
De nada sirve tener una mente abierta si no se hace el respectivo análisis de la información que por montañas y avalanchas llega. Desarrollar el pensamiento analítico y crítico es una competencia indispensable para que la libertad individual no sucumba ante el pensamiento ajeno y, muchas veces, equivocado.
Qué fácil es desconocer esa necesidad y vivir con las palabras y tendencias  de los demás en nuestra mente, tomarlas como verdaderas y eficaces, como si fue­ran nuestras, y permitir que personas desconocidas controlen nuestra vida y nuestras creencias.
No debemos permitir que personas ajenas a nuestra vida impongan su voluntad sobre nosotros. Hasta que no se haga una reflexión seria sobre las ideas que nos traen los medios no debemos aceptar lo que nos dicen.
Cierto es que ningún ser humano es completo en sí mismo y que todos aspiramos a la perfección, pero no se puede llegar a ella por los caminos que otros trazan y donde no advertimos la oscuridad que los cubre. 
Actuar precipitadamente es propio de los insensatos. Escuchemos y analicemos. Veamos y comprobemos si es verdad y nos conviene.
No dejemos que las palabras destruyan nuestros sueños y creatividad por carecer de escucha y reflexión. Y al hablar elijamos cuidadosamente las palabras para no herir a los demás y respetar su derecho a decidir sobre sus vidas.


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