Oración del día

 

11 de mayo de 2022


Señor Jesús,

te suplico que no olvides a los pecadores que confiamos en tu misericordia. Te aceptamos y proclamamos como nuestro salvador. Gracias por haber entregado tu vida en la cruz, de manera libre, para que tuviéramos derecho a ser llamados hijos de Dios y a gozar de la heredad eterna.      

“Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. (Juan 8:31-32)

La libertad es una potencialidad humana y a su vez una de nuestras mayores preocupaciones, pero no olvidemos que el derecho de uno termina donde empieza el del otro. No por ser libres podemos hacerlo todo. En efecto, si cada uno vive como bien le parece, pronto llegará la catástrofe a su vida. ¡Cuántas obligaciones, e incluso daños, se imponen a los demás bajo el pretexto del derecho de propiedad! En el mundo laboral, por ejemplo, el rendimiento que los accionistas exigen a las empresas puede esclavizar a quienes laboran en ellas cuando se pagan salarios legales, pero no justos. ¿Dónde podemos hallar ese marco de respeto al prójimo y los límites al ejercicio de nuestros derechos? Muchos imaginan que el cristianismo es una serie de «deberes» como: ir a la iglesia los domingos, confesarse una vez al año, dar ofrendas para los pobres, casarse, hacer la primera comunión... ¡Cuántas obligaciones sin sentido cuando no reflexionamos sobre estos actos! Entonces, ¿en qué nos hace libres el hecho de ser seguidores de Cristo, como lo afirma Jesús? La libertad que Cristo nos da a conocer no consiste en elegir entre una serie de reglas de conducta, en seguir normas y hacer lo que otros hacen. Surge de lo siguiente: al ser liberados de la esclavitud del pecado, debemos tratar de agradar a Dios, siguiendo a Jesús quien, aunque no tenía pecado ni obligaciones que cumplir, no buscó agradarse a sí mismo, sino que pudo decir: "Yo hago siempre lo que le agrada" (Juan 8:29). Mostró una libertad generosa y atenta, buscando sin parcialidad el bien de los que lo rodeaban. La verdadera libertad que Jesús promete a los que creen en él y le siguen es el ser libre de rechazar lo que lo deshonra, lo que daña al prójimo como a sí mismo; y —en la misma actitud de gracia que él— el ser libre de amar incluso a nuestros enemigos.

 Te suplicamos, en este día, en consecuencia, que te acuerdes de todos aquellos que han compartido tu muerte y hoy esperan tu misericordia para que los resucites y los lleves a vivir en las moradas del cielo. Que tu amor los haga radiantes y puedan alabar al Padre, al Cordero y al Espíritu Santo todos los días de la eternidad. ¡Amén!            

 

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