Un camino hacia el amor
Los seres humanos hablan del amor, se alimentan del amor, lloran y
cantan por amor y hasta mueren de amor. Pero si alguien se detuviera a examinar
se daría cuenta que toda la historia humana presenta contradicciones y dudas que
demuestran que no saben qué es el amor. Donde se esperaba hallar felicidad no se
recoge sino decepción y fracaso que envejece y destruye la esperanza de vida y
la esencia social del rey de los primates.
En la sociedad humana
resulta paradójico perseguir algo que no se conoce, pero no puede negarse
tampoco que el amor emociona, fustiga e inspira la vida del hombre.
Es por él que muchos han emprendido aventuras donde los riesgos
abundantes no los detuvieron y fueron capaces de exponer sus vidas para mostrar
que el objeto de su amor, más que valioso, era la razón de ser de su
existencia.

Sólo se sabe que emerge desde lo más profundo del ser y es lo más
puro que del corazón humano pueda salir. Los estudios sobre este sentimiento
proliferan, pero no se conoce uno que deje a la razón satisfecha con sus
definiciones, causas y consecuencias. Los más entendidos sólo lo reducen a
máximas y los cantantes lo hacen resplandecer artificialmente en los conciertos
donde el delirio lo apabulla.
Todo indica que entre el corazón y la razón hay abismos que impiden
que se acerquen y se pongan de acuerdo. Lo que sí es evidente y sobre lo cual el
consenso unánime lo prueba es que las privaciones del amor son las mayores
causas de muerte de los seres humanos.
Si los interrogamos todos dirán que saben amar, pero sus acciones
enseñarán su ignorancia. Si lo supieran no se llenarían los diarios y noticieros
de tanta sangre y las hambrunas serían cosa del pasado. Lo que sí es manifiesto
e innegable es el egoísmo que como tornado los enfrenta y mata. Es el egoísmo el
que los hace indiferentes, el que multiplica sus fracasos y hace más pesadas sus
angustias porque les impide ver la ruta a seguir para ser felices.
En ese camino que conduce al verdadero amor ellos se detienen
seducidos por vanos espejismos que los placeres crean. En realidad desean
caricias, besos, sexo, compañía, pero no el amor. Y es que amar no es sentirse
conmocionado por la placidez de una piel ajena y mucho menos conseguir a toda
costa la satisfacción efímera del instinto.
El amor exige la ofrenda porque su esencia es la entrega
incondicional al otro que se complementa y es feliz con la dádiva que recibe. El
amor es unidireccional y une al yo y al tú para formar el indisoluble nosotros.
El amor es renuncia para hacer de la ofrenda de nuestro ser el acto vital de la
existencia humana. Es causa de la más bella de las alegrías y es también la
alameda que lleva a la eternidad porque el verdadero amor trasciende y presenta
al hombre la visión de la gloria que le espera por haber hecho de la tierra el
paraíso mediante la vivencia del amor.
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