La rutina conduce al tedio 20 de enero de 2013

Mucha gente es fácil presa del tedio porque nunca busca hacer algo diferente a lo que diariamente, por razones de trabajo o costumbres familiares, realiza. Estas personas no ven diversión en la novedad o interés en el aprendizaje.
Dedicar tiempo para leer, aprender a pintar, conocer nuevas culturas, indagar sobre dudas y misterios que asombran, ir a clases de guitarra, incluso aprender a trenzar el cabello para peinarse o peinar a sus hijas, hace que la vida cobre sentido.
Otras veces, se olvidan de aquellas actividades que solía realizar y que le daban alegría como salir a caminar en compañía de sus hijos, trotar al lado de la esposa, ir al gimnasio o la piscina, visitar museos, podar árboles y hacer manojos de flores.
Al ser humano, y especialmente al niño le encantan los viajes, no solo por los caminos y poblados, sino ese que llamamos viaje al descubrimiento. Comenzar por descubrir que le gusta y enfocar la mirada hacia ese objetivo produce una satisfacción que ayuda a enfrentar la monotonía.
Muchos mueren sin descubrir todas sus potencialidades porque nunca se tomaron el tiempo para iniciar este ejercicio de descubrir el encanto del mundo y el insondable misterio del ser humano. Abrir los brazos para dar la bienvenida al Otro, al que ríe como al que sufre, nos hace felices. Nada produce más gozo interno que el sentir que otro sonríe porque le hemos dedicado tiempo para escucharlo, ayudarlo a encontrar la solución al problema que lo aquejaba, o simplemente, porque a sus manos unimos las nuestras para hacer la obra de todos.
También es conveniente internarnos en los parajes interiores del espíritu y reflexionar sobre esos defectos, todos hijos del egoísmo, que nos disminuyen como la codicia, la ira, la lujuria, la envidia, la pereza, la gula y la soberbia.
El tedio sobreviene cuando se olvida que cambiar nuestra forma de pensar y actuar requiere el reconocimiento del error y la advertencia de los males que causan las rutinas que acompañan a los vicios.  Como más vale una imagen que mil palabras, miremos el siguiente hecho de la vida real:       
Conocí a un hombre cuyo matrimonio estaba a punto de  fracasar. Su mujer no quería vivir un solo día más con él. En sus líneas iniciales del diálogo manifestó que la amaba, que no se veía sin su compañía y la de sus hijos pero en su soberbia le decía que él, (un profesional exitoso) no necesitaba de ella que únicamente sabía cocinar y cuidar niños. Sus peleas eran la constante del día y para finalizar en la noche llegaba a su cuarto, porque ya vivían separados en la misma casa, a ver los canales de pornografía que el servicio de televisión por cable le ofrecía.
Los domingos eran para desenguayabar, pues la noche anterior la dedicaba al consumo de licor. Sus hijos lo veían entrar como si fuera un extraño. En cuanto se dormía, su esposa abandonaba la casa en compañía de sus hijos y los llevaba al parque donde sin dinero, pero con mucho amor, los entretenía.
Cuando su esposa, cansada de esta clase de vida, le comunicó el deseo de divorciarse perdió la paciencia y la ira lo llevó a golpearla. Terminó en el calabozo por lesiones personales. El problema parecía no tener solución.
Pero cuando él se hizo consciente del mal que estaba causando a quienes decía que amaba y puso en práctica las sugerencias recibidas las cosas comenzaron a cambiar. Lo primero fue ir hacia ella en actitud humilde para pedirle perdón. Luego comprometerse ante su familia a abandonar el alcohol y la pornografía que lo había llevado a la infidelidad, y después, volver a los caminos de Dios.
Comenzaron los esposos a cultivar la paz. Conocieron sus frutos y ahora son una pareja que sirve de ejemplo para la comunidad. Sus hijos crecieron felices y hoy son profesionales que viven agradecidos con sus padres y la vida. Este hombre se había encontrado a sí mismo y al hallarse pudo trazar el rumbo que lo condujera no sólo al éxito personal sino a la felicidad misma. 


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