Aprende a mirar hacia el cielo




16 de enero de 2013
Dice  Milan Kundera: “El hombre se convirtió en una simple cosa en manos de las fuerzas (las de la técnica, de la política, de la historia) que le exceden, le sobrepasan, le poseen.” El hombre se perdió en el mundo de caos que él mismo creó. Se extravió para perder el señorío que su Creador y el pasado le habían dado. Ese poder de dominio sobre la naturaleza lo ha venido cediendo a sus creaciones y a las vicisitudes de la política. Por dedicar su tiempo a lo superficial de su cultura no tiene tiempo de mirarse a sí mismo, para valorar su rostro y su gesto. Ya no juzga y dirige su vida para trazar el derrotero de acuerdo con la jerarquía de los altos valores y nobles ideales porque no los tiene o se le han refundido en esa maraña de cosas que le ahogan.

En su extravío, cada vez más busca educación para él y sus hijos en las aulas virtuales donde lo único valioso es el conocimiento, pero desconoce las ventajas del equilibrio emocional y la formación integral que dan a la personalidad humana el brillo y cordura de ser humano. Sin poder cultivar su dimensión social se entrega a las prácticas que fomenten la sensibilidad y faciliten la esclavitud hedonista de su cuerpo. Si se acerca al Otro, sólo lo hace con fines de utilidad. Al no serle útil lo abandona y se olvida de que para vivir felices necesitamos de la compañía de alguien.  

Ese hombre que se vanagloriaba de mirar a las estrellas ahora sólo aspira al limo. Se le ve preocupado, con la cabeza gacha, con ojos inquietos como buscando algo que se le ha caído, pero que no atina a saber qué es lo que busca. Se desvive más por sí mismo que por el Otro.

Entregado a sus propios placeres, los sentidos exteriores le arrebataron el poder y cerraron la ventana que le permitía mirar hacia el recóndito solar de la conciencia para examinar sus actos y así aprobarlos o rechazarlos, de acuerdo con los principios y valores de la vida digna a la cual fue llamado por su naturaleza racional.   

Dominado por su cuerpo no tiene las fuerzas que le permitan alzar los ojos para buscar en el mundo trascendente los valores del espíritu porque su ceguera material no le permite creer que haya algo más allá de lo que ve y toca. Por eso hace planes para este suelo, que ante la caterva que el mismo ha formado, le llena de pavor.             

No quiere aceptar que un ser humano de verdad permanece de pie y expectante ante el mundo que se ofrece para descubrir en el él su destino inmortal. Se niega a comprender que el cuerpo es pesado y el instinto inclinado hacia la muerte. Ya no aspira a la victoria final sino a triunfos parciales que le llenen de alegrías efímeras pero no de gozo pleno. No siente el afán de liberarse y buscar de nuevo ser el conductor de su vida para ir con la seguridad que da el saber de dónde venimos y para dónde vamos y abandonar ese estado de incertidumbre que deja la materia.

Pero para volver al interior del ser es necesario que admita que el hombre por sí solo no tiene las fuerzas para mantenerse en pie y menos para descubrir las sendas que comunican la grandeza y la gloria eternas de la vida espiritual. Necesita de alguien que le llame, le atraiga, le sostenga con amor y lo libere del miedo a morir para siempre. Por en lo íntimo de su ser sabe que su misión en esta tierra es construir un mundo feliz, como preámbulo del eterno y dichoso que le espera. Tarea que no es posible sin contar con la hermandad y  generosidad que exige el trabajo sinérgico. Mas ese equipo fracasará si el ser humano no acepta que en Dios, ser bondadoso y sabio, nos movemos y existimos.          

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