El pedestal del hombre actual
El ser humano actual
vive obcecado, engañado creyendo que su grandeza y dignidad está en relación
directa con la cantidad de bienes materiales que posea. Su drama diario radica
en conseguir más cosas que lo hagan un ‘hombre de bien’. Olvida su esencia
porque lo que importa es el poseer. No hay sueldo ni fortuna que lo puedan
alejar de su inquietud y afán de acumular los cachivaches y fantasías que el
mundo multiplica y ofrece en vitrinas y estanterías.

Cada día desea ser
más grande, tener más poder del que da la posesión y no importa lo que tenga
que hacer para conseguir su meta. Si es necesario matar a otro lo hace porque
valen más las cosas y el dinero que la vida humana. Esa agitación que produce
el deseo de poseer despierta en él necesidades cada día más exigentes y más difíciles
de satisfacer.
Ya en el niño se
puede ver que si tiene un carro de juguete desea una bicicleta de verdad y al
llegar a la adolescencia sueña con un carro de marca para ir a la universidad.
Quiere llamar la atención no por ser quien es sino por poseer el carro último
modelo. Se da cuenta que ese vehículo causa la envidia de sus compañeros y
facilita la conquista de las damas.
La sociedad le
presenta el panorama de grandes hombres cuyas riquezas permite jerarquizarles y
rendirle honores como los héroes cuyos poderes consisten en multiplicar y
atesorar bienes.
Políticos empresarios, profesionales y empleados son
más respetables si son más habilidosos para producir mediante la magia posesiva
más cosas que asombren por la utilidad y abundancia. Los análisis señalan que
se impone la cantidad sobre la calidad de los productos, la adquisición opaca
la reflexión, el intelectual se nutre de imágenes más que de ideas y éstas se
hallan prefabricadas, almacenadas en la nube, brillan sobre la superficie de
las pantallas como luceros que titilan
en una noche estrellada. Ya no es necesario bucear en las profundidades del
espíritu o esforzarse en la observación y en la investigación para hallar las
verdades de la ciencia. Basta encender el computador e ir a los mejores
buscadores, los cuales antes de terminar de escribir la palabra ya le informan
en milésimas de segundos los datos y comentarios sobre dicha temática.
Ante estas escenas
de la vida actual niños y jóvenes no consideran necesario volver a los viejos
papiros y libros incunables porque en la red lo hallan todo. Ahora la autoridad
del conocimiento se halla en los servidores, son ellos los que poseen la última
palabra, y como los maestros en la edad media, son eminentes fanáticos.
Ya las escuelas no
forman en el hábito de la lectura y espíritu de investigación sino en las
adicciones a las redes sociales. Para qué el raciocinio de grandes tratados
cuando el mundo lo que desea es la expresión sintética que no sobrepase los 140
caracteres.
Cada día es más difícil
hablar a las nuevas generaciones de las bondades del saber y del ser porque
todo apunta a la grandeza humana representada en el pedestal efímero del
poseer.
En la esfera
espiritual, ya no se desea amar y comprometerse con alguien sino saciar el hambre
con la multiplicidad de las aventuras sentimentales. Ya el amor no se despierta
con poemas, música y flores sino con dispensadores de condones y pastillas
anticonceptivas en los baños de los colegios, escuelas y universidades.
En esta encrucijada,
el ser humano no busca otra senda hacia el bienestar y la vida feliz, si
alguien intenta decírselo pierde su tiempo porque los medios de comunicación le
confunden con la superficialidad y avalancha de información, ya no hay espacio
ni tiempo para hablar de fe y virtudes que enaltezcan; sólo hay oídos y ojos
para la avalancha que con fuerza lo lleva a desear más bienes materiales y aumentar
el afán de obtenerlos para gozarlos, aunque al rato, como el niño, se dé cuenta
que las cosas no son otra cosa que ociosidad y molestia.
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