La magia de la imaginación

Siempre hallo en la imaginación magia y misterio que me encantan y llenan de gozo. Gracias a ella la creatividad humana se desborda como río que cae sobre el valle en cascada. Es la que no deja que olvide que ayer fui un niño que me refugiaba en ella para hacer frente a los temores. Tomado de su mano me interné en el mundo de los libros que ella iba explicando con imágenes nítidas que aún guardo en la memoria. Ella ha sido la causa de mi inspiración y en muchas ocasiones, también, ha llenado la incertidumbre de la vida con rocío de esperanzas que motivan el camino a seguir.
Como no quiero ser ingrato con ella, porque sé que la ingratitud es el gesto de la pequeñez espiritual, hoy deseo detenerme y al ritmo lento del amanecer hablar de sus portentosos poderes con todos aquellos que, como yo, saben que sin ella este mundo no tendría otras posibilidades.
Pero es lamentable que algunos adultos ya no crean en ella y con palabras despectivas digan que eso es cosa de niños. Porque es precisamente bajo su amparo como el infante hace crecer su inteligencia y si los maestros la conocieran como yo que la he hospedado en el solar, porque es allí donde dialogo con ella cada vez que puedo, harían su trabajo de enseñar menos tedioso para ellos y más interesante y productivo para los niños.                       
La historia señala, en ese derrotero trazado, al ciego y bonachón de Homero que en su Odisea nos revela (bajo la metáfora) donde hallar una puerta que conduzca a su casa. El maestro de la magna Grecia nos dice que ella está ubicada en la mitad del mar. Allí donde la custodian y sirven las Sirenas. Las mismas a las que se refiere Maurice Blanchot, en El libro que vendrá: “Siempre hubo entre los hombres un esfuerzo poco noble para desacreditar a las Sirenas tildándolas llanamente de mentirosas: mentirosas cuando cantaban, engañosas cuando suspiraban, ficticias cuando se las tocaba, en todo inexistentes, de una inexistencia tan pueril, que el sentido común de Ulises bastó para exterminarlas.”   
En este mar el héroe asume que lo imaginario trae sus riesgos, es una aventura que no se sabe qué peligros pueda acarrear, es un momento donde se deben tomar medidas, piensa él, y pide a sus hombres que lo aten de pies y manos al mástil de la embarcación, pero los demás podrían pensar que está loco porque ellos no oyen los arpegios de su melodía. Aquí Homero denuncia que no a todos les dan la oportunidad de desarrollar la imaginación, no a todos se les respeta su derecho a crecer entre juegos y ensoñaciones, no a todos se les  acepta y acata como niños y por eso son excluidos del fantástico mundo de risas y colores.
Pero no sólo Homero conoció los poderes del canto de las Sirenas. En la expedición de los Argonautas donde Jasón tiene que ir tras el Vellocino de oro, Orfeo, que presagia ese peligro de surcar el mar donde ellas viven, toma la cítara  y comienza a interpretar melodías que sean capaces de contrarrestar su poder de encantamiento.
Para no dejar Homero esta capacidad de asombro, cuando se le presa toda la atención, exclusiva de Ulises y de Orfeo, relata que un tal Butes, navegante de la Odisea, lleno de arrojo y bajo del efecto de los extraños sonidos del canto de las Sirenas se lanzó y el remolino lo hundió en el océano para no aparecer jamás.
Y así fue durante muchos siglos que de ella no se habló hasta que cesó el autoritarismo de padres y maestros. Cuando el siglo XX apagaba sus luces para quedar sumido en el pasado y el logicismo y el empirismo fueron objeto de análisis nuevos, comenzó a surgir una pedagogía cimentada en la lúdica y la imaginación, de cara más alegre que la vetusta y amargada escuela de la férula y la camisa de fuerza. Pero como ya las primeras luces del sol comienzan a acariciar mi espalda al entrar por la ventana, mejor será dejar truncado el hilo y tomarlo después para seguir tejiendo historias donde la imaginación desborde y la risa infantil traiga el recuerdo de la vieja canción de las Sirenas.      

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