Hacia estadios de vida superior
El mundo actual se
ve atemorizado por la inseguridad que brinda la falta de coherencia entre lo
que se piensa y se hace. Se ve claramente que cada día el ser humano domina
mejor el universo material, pero no deja de preocupar que sus instintos son más
impetuosos y sin explicaciones que satisfagan llenan de muerte y violencia los
titulares de los periódicos y noticieros. Hoy, más que nunca es indispensable
que se reflexione, no sólo en las aulas que se volvieron peligrosas, sino en
todos los estamentos sociales sobre las causas de un flagelo que cada día
sorprende por lo rápido de su propagación. Tal vez el indagar ayude a pensar
sobre el camino a seguir en este laberinto
de extravíos humanos.

El árbol absorbe
los elementos minerales que la tierra le proporciona y sigue el plan de la
naturaleza, para elevarlos mediante el proceso de fotosíntesis al estadio
superior de la vida vegetativa.
El animal no sólo
necesita de algunos elementos minerales sino que asimila otros que se hallan
presentes en vegetales y animales para conformar las características de la vida
animal.
El ser humano, para
su sustento, apela a cuanto le ofrece la vida vegetativa como la animal, pero
tiene la oportunidad de subordinar y transformar su mundo mediante el uso de la
razón y el ejercicio de la libertad. Así la vida racional se entiende como
aquella donde el hombre domina y ordena a un fin superior sus instintos
siguiendo los dictámenes de su conciencia.
Para él no hay más
que dos opciones: humanizarse y dar prioridad al espíritu o seguir los
instintos que lo emparentan con los animales.
Cada error y acto
violento es una derrota del espíritu y hace que el ser humano no consiga
armonizar para vivir las ventajas de ese estadio superior que es la vida
racional.
Tanto el árbol como
el animal se puede decir que han alcanzado las perfecciones de sus
correspondientes estadios, pero el hombre está en proceso de perfección y tiene
que llegar a la grandeza y dignidad que dan el someter los instintos y las
fuerzas indómitas de la naturaleza para imponer los principios y valores del
mundo espiritual.
Pero el ser humano
de hoy se muestra disgregado porque su sensualidad está exagerada y su
emotividad enloquecida. Si nivel de vida material apunta a una montaña de
cachivaches pero sus valores, como vasos de cristal, viven cayendo para
volverse añicos y causar estragos en la existencia de niños y jóvenes que no
vislumbran ideales superiores que den sentido a sus vidas. Soledad y abandono
les rodean como aguas estancadas y profundas que los dejan en el naufragio y en
algunos casos, los llevan al suicidio y
la locura.
Mientras no se
acepte que la gran tarea es humanizar el mundo, es decir, hacerlo no sólo
cómodo sino placentero y seguro para todos, el hombre tendrá que seguir en la
angustia y el desespero.
No es posible
humanizar sino se goza de la paz interior que dan las buenas acciones y los
ideales nobles. Para irradiar alegría es necesario sentirla en el núcleo de la
existencia individual que es la conciencia. Y no se puede estar alegre cuando
vemos a otro que se halla condenado a una vida miserable por el egoísmo de unos
pocos que todo lo acaparan y día a día aumentan su voraz apetito de
atesoramiento.
Hoy más que nunca
es necesario tomar conciencia de nuestra razón de ser en el mundo y volvernos a
Dios para que el ejemplo de su hijo Jesucristo ilumine el camino y no nos deje
olvidar que somos seres itinerantes que vamos hacia el paraíso prometido a
todos aquellos, que dominando los instintos, encuentran en el amor verdadero la
forma de salir de su yo para acoger al que sufre.
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