Hacia estadios de vida superior

El mundo actual se ve atemorizado por la inseguridad que brinda la falta de coherencia entre lo que se piensa y se hace. Se ve claramente que cada día el ser humano domina mejor el universo material, pero no deja de preocupar que sus instintos son más impetuosos y sin explicaciones que satisfagan llenan de muerte y violencia los titulares de los periódicos y noticieros. Hoy, más que nunca es indispensable que se reflexione, no sólo en las aulas que se volvieron peligrosas, sino en todos los estamentos sociales sobre las causas de un flagelo que cada día sorprende por lo rápido de su propagación. Tal vez el indagar ayude a pensar sobre el camino a seguir en este laberinto  de extravíos humanos.         
Es conveniente, para tener un punto de partida, iniciar  con Aristóteles quien distinguió entre vida vegetativa, sensitiva o animal y racional.
El árbol absorbe los elementos minerales que la tierra le proporciona y sigue el plan de la naturaleza, para elevarlos mediante el proceso de fotosíntesis al estadio superior de la vida vegetativa.
El animal no sólo necesita de algunos elementos minerales sino que asimila otros que se hallan presentes en vegetales y animales para conformar las características de la vida animal.
El ser humano, para su sustento, apela a cuanto le ofrece la vida vegetativa como la animal, pero tiene la oportunidad de subordinar y transformar su mundo mediante el uso de la razón y el ejercicio de la libertad. Así la vida racional se entiende como aquella donde el hombre domina y ordena a un fin superior sus instintos siguiendo los dictámenes de su conciencia.
Para él no hay más que dos opciones: humanizarse y dar prioridad al espíritu o seguir los instintos que lo emparentan con los animales.
Cada error y acto violento es una derrota del espíritu y hace que el ser humano no consiga armonizar para vivir las ventajas de ese estadio superior que es la vida racional.
Tanto el árbol como el animal se puede decir que han alcanzado las perfecciones de sus correspondientes estadios, pero el hombre está en proceso de perfección y tiene que llegar a la grandeza y dignidad que dan el someter los instintos y las fuerzas indómitas de la naturaleza para imponer los principios y valores del mundo espiritual.
Pero el ser humano de hoy se muestra disgregado porque su sensualidad está exagerada y su emotividad enloquecida. Si nivel de vida material apunta a una montaña de cachivaches pero sus valores, como vasos de cristal, viven cayendo para volverse añicos y causar estragos en la existencia de niños y jóvenes que no vislumbran ideales superiores que den sentido a sus vidas. Soledad y abandono les rodean como aguas estancadas y profundas que los dejan en el naufragio y en algunos casos, los llevan  al suicidio y la locura.
Mientras no se acepte que la gran tarea es humanizar el mundo, es decir, hacerlo no sólo cómodo sino placentero y seguro para todos, el hombre tendrá que seguir en la angustia y el desespero.
No es posible humanizar sino se goza de la paz interior que dan las buenas acciones y los ideales nobles. Para irradiar alegría es necesario sentirla en el núcleo de la existencia individual que es la conciencia. Y no se puede estar alegre cuando vemos a otro que se halla condenado a una vida miserable por el egoísmo de unos pocos que todo lo acaparan y día a día aumentan su voraz apetito de atesoramiento.
Hoy más que nunca es necesario tomar conciencia de nuestra razón de ser en el mundo y volvernos a Dios para que el ejemplo de su hijo Jesucristo ilumine el camino y no nos deje olvidar que somos seres itinerantes que vamos hacia el paraíso prometido a todos aquellos, que dominando los instintos, encuentran en el amor verdadero la forma de salir de su yo para acoger al que sufre.      
                           


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