La paciencia nos prepara la victoria final

Escuché, anoche cuando subía en el ascensor, a un padre que decía a su hijo: la paciencia es una virtud difícil de adquirir. Y como estaba pensado en el tema para compartir hoy, al consultar con la almohada, lo hallé adecuado.
En la Biblia el prototipo que la representa es Job. Ese hombre que frente a todas las desgracias responde sin alterarse que su estado caótico y ruinoso pasará. Su fe absoluta en Dios lo mantiene firme. Este ejemplo lleva a la definición de esta virtud emparentada con la fortaleza y que consiste en enfrentar con valentía las vicisitudes y dolores que la vida nos depara. En su origen la palabra paciencia viene de la raíz latina pati que significa sufrir. De hecho el participio patiens llegó al castellano como paciente (palabra muy usada en clínicas y hospitales) o “el que sufre.” Así que la paciencia implica sufrimiento. Gracias a ella sorteamos las dificultades y después de soportar vientos en contra proseguimos la marcha con alegría y llenos de esa sabiduría que proporcionan las circunstancias negativas a quienes saben aprender de ellas
No dejarse amilanar por las emociones fuertes y desagradables que producen los males y desgracias sólo se consigue con una buena dosis de paciencia. Es parte de la naturaleza humana culpar a otros de los males que nos aquejan y no admitir que las desgracias son el resultado de improvisaciones o desmanes. Paciencia es tolerar o soportar dolores o dificultades sin quejarnos y manteniendo el semblante sereno.
 Además, quienes cultivan esta virtud están en capacidad de comprender las equivocaciones ajenas y si son padres, evitar los gritos que acompañan a la ira. Puede decirse, que aunque parezca paradójico, es esta actitud de pasividad frente a lo inevitable, la que fortalece el espíritu y nos hace más humanos.
En la vida cotidiana, si usted va a la playa, tendrá la oportunidad de ver un ejercicio de paciencia en ese muchacho que con la tabla hawaiana bajo el brazo observa las olas, las analiza y espera la ondulación correcta para lanzarse al mar y remontar la ola. A veces transcurre largo tiempo sin que se presente la ola propicia para su objetivo.
Pero esta escena es rica en conocimientos si la sometemos al raciocinio objetivo. Es propio de seres inteligentes saber esperar que llegue ese momento para comenzar lo planeado. De la precipitación no quedan sino arrepentimientos. Es preciso saber leer las señales que las circunstancias y el universo presentan para iniciar con paso firme ese camino que nos hemos trazado.
Ser inoportunos no trae beneficios sino problemas. Se pierde tiempo y entusiasmo ante el fracaso que proporciona el obrar intempestivamente. Para ser dueños de la situación  y tener el control es necesario que obremos con serenidad y sin afán.   
 Para cerrar es conveniente revisar un ejemplo de la historia. Se dice que Robert Bruce se propuso derrotar a los ingleses para conseguir la liberación a su patria Escocia. Sufrió varias y dolorosas derrotas pero no decayó su ánimo ni olvidó su objetivo. Tuvo la paciencia que le permitió asimilar la derrota, entrenar nuevos ejércitos, volver a la batalla para ser derrotado. Mas su entereza lo llevó a la victoria final y reinó en Escocia.  
Es importante, pues, tener presente que ser pacientes no significa que debemos sentarnos a esperar  que las circunstancias cambien o hasta que alguien venga a hacerse cargo de la ejecución de la estrategia que mejorará la situación. Ser pacientes exige la actividad, no la pasividad enfermiza. Es reconocer que hemos caído pero que también es la hora de cambiar para salir a buscar la victoria.  


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