Ser humano es ser hermano
17 de enero de 2013
La historia humana
es una lucha continua entre el amor y el egoísmo. Dos fuerzas que se mantienen
en pugna y no dejan que el ser humano conozca el mayor don que la paz otorga a
quienes aceptan que entre hermanos no hay odios ni guerras sino comprensión y
deseo de ser mejores cada día. Es de ese ambiente de armonía y equilibrio
social que brota la felicidad personal y colectiva. Mientras no se decida el
hombre a ir hacia el otro ser humano que lo llama y necesita, no se podrá construir
el mundo que los dos sueñan y es inútil entender que somos hermanos porque compartimos
igual naturaleza y bebemos de las mismas aguas para mantenernos vivos.

Los seres humanos
no son piedras yuxtapuestas sino que están llamados a ser lozas unidas para formar
el puente que una los mundos separados de la tierra. Cada hombre es una gota del
gran océano llamado Humanidad. Separado es un grano de arena del ardiente desierto
de la soledad. Excluido de ella es un monumento que recuerda el poder del
egoísmo. Mientras éste reine en el corazón del ser humano, la tierra será un campo
de batalla y el conocimiento no tendrá otra finalidad que la destrucción del
mismo hombre.
Para evitar su
extinción el ser humano debe aprender a conocerse a sí mismo, pero no puede
llegar a su madurez plena mientras no se lance al conocimiento y aceptación de los otros hombres que con él
comparten iguales angustias e ideales. Solamente cuando el niño adquiere
consciencia de sí mismo es capaz de hacer abstracciones para aceptar que hay
valores y sueños en el mundo de los humanos. Por eso los jóvenes son los protagonistas
de los grandes idealismos y son los autores de los más hermosos sueños de
convivencia ciudadana. Pero lamentablemente las fuerzas oscuras del odio, hijo
mayor del egoísmo, los arrinconan y señalan como bichos que desean infectar con
sus ideas las viejas estructuras. Se les declara peligrosos y causa de la gran
enfermedad de la violencia. La sociedad no admite que es de su propio vientre
que brotan sus nuevos hijos. Y que más vale sembrar amor en los niños que
darles ejemplos reales y virtuales de destrucción individual y colectiva.
Pero cuando
abandona ese estado de ensoñación que es la infancia, el adolescente libra su lucha porque desea
incorporarse a la Humanidad. A sus años es consciente de que es a ella a la que
pertenece y a la cual se debe unir para llevar a cabo su proyecto de vida. Gracias
a esa crisis, producto de la inestabilidad e inseguridad que dan los años
juveniles, descubre que ser hombre es integrar la gran cadena de Humanidad, no como
un eslabón sino como un todo.
Mas la experiencia
de su vida estudiantil y laboral no le permitirá aprender que son el conocimiento
y el amor los caminos que llevan hacia el verdadero desarrollo y que es en el
amor a los hermanos donde se descubre que existe un estadio superior de vida,
la espiritual, y que existe un Padre que nos ama y espera que nos comportemos como
hijos de quien nos llamó a la existencia.
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