El poder de las palabras
Hay palabras en el
lenguaje que son más pesadas que otras. Es extraño, pero las palabras no sólo
tienen un sentido sino que también ayudan a crear o a modificar los entornos y
circunstancias en que los seres humanos nos movemos.
Cuando se lee el
libro del Génesis se advierte que Dios lo hizo todo mediante la palabra hágase.
Y de la nada brotaron las maravillas que asombran e interrogan.
Esos significantes
que forman el sistema del lenguaje están cargados de energía positiva y
negativa como todo el universo. A cada unidad de pensamiento corresponde una
intención del autor de ella y en el lenguaje oral su importancia es decisiva.
Basta con observar
cómo reaccionan los hijos o los estudiantes a las palabras que les dirigen sus
progenitores y maestros. En mi experiencia recuerdo que mi profesor de
literatura, después de haberle entregado un poema escrito que la tarea imponía,
me dijo que yo sería un escritor. “Si sigue así, llegará muy lejos.” Para ese
momento creo que ni él ni yo le dimos a esta expresión idiomática la
importancia que hoy tiene en mí, pero tal vez esas palabras fueron señalando el
derrotero que yo ignoraba y que sólo el tiempo se encargaría de verificar si
había sido una premonición o profecía.
Pero así como en el
caso de la anécdota, esas palabras representaban un estímulo y más cuando
dichas en público me dieron un cierto halo de orgullo ante mis compañeros. Pero
también recuerdo otras que me llenaron de vergüenza y que hasta llegué a creer
que eran verdad. Mas la experiencia y los conocimientos que fui adquiriendo
hicieron que esos pésimos pensamientos se alejaran de mí.
Padres y maestros,
cuya función más importante es enseñar a caminar a las nuevas generaciones,
debiéramos ser más cuidadosos a la hora de llamar la atención para corregir una
conducta equivocada. Y hasta para elogiar debemos ser precisos y objetivos. Que
no se olvide que los seres humanos nutrimos el futuro a través de las raíces
del pasado. A la hora de planear o valorar para tomar decisiones las
experiencias anteriores son los referentes para calcular futuros resultados.
Tal vez por eso vienen a la mente, cuando maduramos, de tantos maestros que
tuvimos aquellos dos o tres que realmente dejaron gratas impresiones con sus
palabras y consejos donde la ternura, el amor y la amabilidad estaban
presentes. Pero seguramente también regresarán, en las imágenes mentales, esas
personas cuyo lenguaje nos causaba temores y vergüenzas. Tal vez el eco del
pasado reviva esas frases o palabras negativas que tanto enfado reprimido
dejaron en el alma.
Expresiones como
“nunca”, “no puedo”, “eso es imposible”, “eres un idiota”, “nada bueno se puede
esperar de ti” y otras similares caen en la mente como un ladrillazo. Y digo
ladrillazo porque dejan huellas profundas en la mente.
Aunque en el
momento causan resistencia y aquella persona a quien se dirigen se amilana para
responder con el silencio y la vergüenza, con el tiempo se hacen palpables los
daños que dejan en las mentes de niños y jóvenes. Esas palabras no sólo son
crueles sino que en cierta forma llevan hacia un dogmatismo que se arraiga. Con
el paso de los días se anquilosan en las neuronas del cerebro como musgo en la
piedra abandonada del camino. En el conjunto de recuerdos son amargas y
desagradables experiencias que no queremos que se vuelvan a repetir. Crean
inseguridades que llevan a pensar que todas las personas piensan lo mismo y que
se presentarán siempre en la vida. Su dureza no deja espacio para el cambio ni
abre las puertas a nuevas experiencias y
esperanzas que el futuro pueda brindar. Son verdaderas rémoras que cada día se
fortalecen e impiden que el camino se despeje y se pueda ver el horizonte al
cual queremos llegar para ser felices.
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