La paz interior que irradia la generosidad

Es muy cierto que a nadie le faltan los problemas y estos no sólo dependen de la abundancia o la escasez. Pero dejar que las preocupaciones lo amilanen y su peso lo haga lento y abúlico sí que es algo que debe preocupar. Es difícil aprender a caminar sin preocupaciones pero es lo más saludable. Para conseguir los objetivos de este aprendizaje se recomienda, según el sentido común y la experiencia, ser generoso, pero sin caer en los excesos. A trabajar sin exageraciones que disminuyan la salud. Y a reconocer los errores cometidos con mucha humildad y decisión para no volver a incurrir en ellos.
Pero para el ejercicio reflexivo del día un solo tema basta. Y para comenzar es conveniente aceptar como guía e introducción, el pensamiento rector del fundador del positivismo, Augusto Comte: “Vivir para otros no es sólo ley del deber, sino ley de la felicidad.”
Entender lo que significan sus palabras llena de sentido los actos cotidianos y es causa de gozo para el corazón. El amor a sí mismo no puede concentrarse y estancarse en el yo porque deja de ser amor para convertirse en egoísmo. Es necesario que se encause y dirija hacia los demás. Sólo si se toma ese camino se desarrolla la generosidad. Impedir su crecimiento es una insensatez cuya fuerza destructiva afecta a todos y niega la esencia social del ser humano.
Se debe confiar en el corazón para determinar cuándo y cuánto se ha de dar. Al dejar aflorar el sentimiento se comprende la necesidad ajena y los ojos muestran las lágrimas y deseos de ayudar. Sólo cuando se escucha el consejo oportuno del corazón ante la voz que implora, se puede tomar el rumbo correcto y expresar con hechos abundante generosidad que es dar y entregarse al otro sin esperar nada a cambio.
Mas el panorama social muestra que esta virtud humana escasea y que son pocos los que piensan en tantos males y desdichas que causa el egoísmo. El ser humano olvidó que es un ser de relación y que para ser feliz necesita compartir. La sociedad de hoy, de manera consciente, tiene como valores supremos el consumismo, el éxito personal, el dinero y la imagen. Hoy, más que nunca, es indispensable ayudar a los demás, entregar parte del tiempo a causas nobles y entregar a otros cosas atesoradas que a ellos hacen falta
Cuando el egoísmo domina la conciencia se origina doble daño. No sólo se desconoce al otro sino que esa actitud trae consigo la enfermiza soledad y la avaricia.
La generosidad exige acciones hacia los demás, hacia fuera. Pero es un error ejecutarlas buscando brillar por ellas. Mejor es comprender que a esta virtud acompaña el desinterés y la entrega silenciosa como la de los padres y madres que todos los días se dan a sus familias. Aún hay muchos profesionales que llevan a cabo campañas de servicios entre las comunidades vulnerables. No faltan los que ceden la palabra, el paso, el lugar y el asiento como actos de generosidad y cortesía. Estos son claros ejemplos para emular. Acciones que en muchos casos son heroicas.
Dar sin esperar nada a cambio y dar consuelo al que sufre no puede pasar de moda. La vida del ser humano es un constante llamado a servir y hacer el bien al prójimo sin hacer distinciones.
Para desarrollar la generosidad  se debe considerar y reflexionar sobre las  actitudes que se asumen ante la necesidad ajena. Pero no se puede lograr su crecimiento sin abandonar la propia comodidad y tomar conciencia de la necesidad ajena. Ayude y favorezca sin prestar atención a lo que otros hacen. Jamás recuerde, sugiera o haga y muchos menos saque a la cara actos de generosidad que haya tenido.
Practique la generosidad en absoluto silencio, entregue sus horas, experiencias, alegrías, bienes y conocimientos. No sienta temor para compartir sus fortalezas, debilidades y esperanzas. Y demuestre su esencia humana compartiéndose a sí mismo para que halle paz interior y el universo y Dios puedan ser generosos contigo.

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