El paquete de Dios

 En diciembre de 2004 compartí esta historia que gustó mucho y en esta navidad de 2021 me parece que hay personas que gozarán leyéndola de nuevo. ‘El paquete de Dios’ (1926) es un cuento navideño de Bertolt Brecht. Su primera traducción al español tiene la autorización especial de la editorial alemana SUHRKAMP, dueña de los derechos universales del escritor.

“Traed vuestras sillas y vuestras tazas de té, aquí, al lado del fuego y no olvidéis el ron, que es bueno sentir abrigo cuando se habla del frio.
Algunas personas, sobre todo cierta clase de hombres que tienen algo contra el sentimentalismo, presentan una fuerte aversión hacia la navidad.
Pero, por lo menos, una navidad, en mi vida, realmente se quedó grabada en mis recuerdos. Fue la noche de navidad de 1908 en Chicago.
Llegué a principios de noviembre a Chicago y cuando averiguaba por la situación general, se me dijo, inmediatamente, que el de ese año habría de ser el más crudo invierno que asolaría, aún más todavía, a esa ya de por sí desagradable ciudad. Cuando pregunté cómo estarían las oportunidades para un calderero, se me dijo que caldereros no tendrían ninguna posibilidad y cuando busqué una posada pasable, todo era demasiado caro para mí. Y muchos en Chicago, de todos los oficios, vivieron lo mismo en ese invierno de 1908.
Y el viento arreciaba inclemente desde el lago Michigan atravesando todo diciembre, y todavía peor, hacia el final del mes cerraron una serie de grandes empacadoras de carnes y arrojaron a las heladas calles a una marejada de desempleados.
Nosotros pasábamos todo el día recorriendo la totalidad de los barrios y buscábamos desesperados algo de trabajo y en la noche, nos contentábamos con poder encontrar sitio en un minúsculo local repleto de gente agotada, en el sector del matadero. Allí por lo menos nos calentábamos y podíamos sentarnos en paz a descansar. Y allí nos quedábamos, mientras se podía, con un sólo vaso de whisky, y ahorrábamos durante todo el día para ese único vaso de whisky, que incluía calor, ruido y camaradas, que representaban el resto de esperanza que aún nos quedaba.
Allí estábamos también la noche de navidad de ese año y el local estaba aún más repleto que de costumbre y el whisky todavía más acuoso y el público todavía más desesperado. Es evidente que ni la clientela ni el tabernero pueden entrar en ambiente cuando todo el problema del cliente consiste en pasar la noche con un sólo vaso y el del tabernero, el de lograr sacar a todo el que tenga, ante sí, un vaso vacío.
Pero hacia las diez de la noche entraron dos, tres muchachos, quienes, sabrá el diablo de dónde, tenían un par de dólares en sus bolsillos e invitaron, porque era navidad y el ambiente estaba cargado de sentimentalismo, a toda la clientela a vaciar un par de copas extra. Cinco minutos después el local ya no se podía reconocer.
Todos recogieron su whisky (y controlaron minuciosamente que se sirvieran los tragos correcta y estrictamente a la medida). Se juntaron las mesas y se le pidió a una muchacha que se veía casi congelada, que bailara un cake walk, mientras los demás llevaban el ritmo con las palmas. Pero, qué puedo decir, el diablo tendría sus manos en el asunto, porque el ánimo no era bueno.
Si, realmente, desde el principio el evento tomó un carácter maléfico. Yo pienso que fue la obligación de tener que dejarse obsequiar un trago, lo que enervó a la gente. Los donantes de aquel espíritu navideño no eran observados con ojos amistosos. Poco después de las primeras copas patrocinadas, se tramó una repartición de regalos de navidad, como si fuera una gran ceremonia.
Como no había abundancia de regalos, se tuvo que recurrir, no a obsequios directamente valiosos, sino a esos regalos que podrían cuadrar con las personas a obsequiar y que, además, tal vez tuvieran en sí un significado más profundo.
De esa forma le regalamos al tabernero una cubeta con aguanieve sucia de la calle, donde había en abundancia, para que él, con su viejo whisky, llegara al año nuevo. Al mesero le regalamos una vieja y rota lata de conservas, para que, por lo menos él, tuviera una adecuada pieza de vajilla y a una muchacha, ligada al local, le regalamos un mellado cuchillo de mesa, para que, por lo menos ella, se pudiera raspar de la cara las capas de polvo facial del año pasado.
Todos esos regalos fueron recibidos por los presentes, a excepción de los obsequiados, con sendas tandas de aplausos retadores. Y entonces llegó la chanza mayor.
Entre nosotros había un hombre que debía tener un punto débil. Todas las noches estaba allí y los entendidos creían poder suponer con seguridad, que él, tan indiferente como se esforzaba en parecer, revelaba un invencible temor frente a los asuntos que tenían que ver con la policía. Cada uno podía percibir que el hombre no se hallaba en su cuerpo.
Para ese hombre pensamos en algo muy especial. De un viejo libro de direcciones arrancamos, con permiso del tabernero, tres páginas en las que estaban muchas comisarías de policía. Las envolvimos cuidadosamente en un periódico y entregamos el paquete a nuestro hombre.
Se hizo un gran silencio cuando se lo entregamos. Titubeante, el hombre tomó el paquete en sus manos y nos miró de abajo hacia arriba con sonrisa forzada. Yo noté como él palpaba el paquete con los dedos para darse cuenta de lo que tenía antes de abrirlo. Y luego lo abrió de una vez.
Y entonces, ocurrió algo muy extraño. Acababa el hombre de tocar la cuerda que amarraba el "regalo", cuando su mirada, engañosamente ausente, se fijó en la página del periódico en la que fueron envueltas las hojas del libro de direcciones.
En ese momento su mirada ya no estaba ausente. Todo su delgado cuerpo (era muy largo) se encorvó, por decirlo así, en torno a la hoja de periódico.
El metió su rostro muy dentro del papel y leyó. Nunca, -ni antes ni
después- he visto a un hombre leer de esa forma. Sencillamente él engullía lo que leía. Y entonces levantó el rostro. Y otra vez, no he visto nunca -ni antes ni después- una mirada tan radiante como la de ese hombre.
"Acabo de leer en el periódico", dijo con voz oxidada y esforzadamente tranquila, que contrastaba con su rostro resplandeciente, "que hace mucho tiempo la cosa está aclarada. Todo el mundo en Ohio sabe que no tuve, en absoluto, nada que ver con el asunto" y después, rio.
Y todos nosotros, que estábamos allí sorprendidos y en realidad
esperábamos algo muy diferente, alcanzamos a entender que el hombre había sido acusado de algo y entre tanto, como acababa de enterarse por medio de ese periódico, había sido rehabilitado, comenzamos, de repente y casi de corazón, a reír a carcajadas. Ello hizo que nuestro evento tomara un nuevo rumbo, desapareció esa cierta amargura y se convirtió en una excelente navidad que duró hasta la madrugada y a todos regocijó.
Y durante ese contento general, naturalmente no jugó ningún papel el hecho de que esa hoja de periódico no hubiese sido escogida por nosotros, sino por Dios”.
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Título original "Das Paket des lieben Gottes" Eine Weihnachtsgeschichte.
Erzählungen 1921-1926
Suhrkamp Verlag.
Por Bertolt Brecht
Traducción de Patricia Salazar Figueroa


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