La discreción no es cuento
 24 de febrero de 2013

En la infancia se lee, pero no se comprende. Pasados los años, ya en plena madurez, regresar a los cuentos infantiles suele ser muy provechoso. En ellos se halla una sabiduría profunda y de gran beneficio para este aprendizaje continuo que es la vida. Los hermanos Grimm legaron a la humanidad uno de los mejores cuentos sobre la discreción. Tal vez usted lo conozca, pero resumirlo para todos aquellos que no lo hayan leído resultará útil.
Una niña, llamada Caperucita, recibe de su madre el encargo de llevar una cesta a su abuela enferma que vive en el bosque. Antes de emprender la travesía le advierte que no hable con desconocidos. Por el camino se encuentra un lobo, que la interpela y al cual la pequeña da los detalles del encargo y de lo que realizará. El lobo saca ventaja de esta información para engañar a Caperucita. Llega antes a casa de la abuela, a quien se come, y luego ocupa su lugar para engañar a la niña y comérsela también. Afortunadamente, un leñador que por allí se encontraba, descubre al lobo durmiendo después de haberlas devorado, y rescata a Caperucita y a su abuela del  estómago del engañador y las sustituye por piedras que hacen que el animal se ahogue al dirigirse al río a saciar su sed.
Del cuento se deduce que a la niña le faltó tacto y prudencia al conversar con ese desconocido que el cuento representa en la figura del lobo. A eso se le conoce como discreción, palabra que viene del griego “diakrino” y que significa juzgar. Identificar, juzgar y separar las palabras o acciones positivas de las negativas antes de pronunciarlas o escribirlas exige la discreción. Pensar en las posibles reacciones que las palabras o acciones pueden desencadenar antes de abrir la boca o hacer algo es hábito en la persona discreta.
Quien conoce la naturaleza humana debe saber que toda palabra y acción generan una reacción. La gente quiere y desea aquello que se le dificulta y son indiferentes ante las cosas fáciles. Michel Korda, en su libro Power, afirma: “No importa quién sea usted, la verdad fundamental es que sus intereses no le importan a nadie.” A las personas no les gusta oír en forma repetitiva palabras tales como mi, mío, yo. Esas palabras denotan egoísmo y petulancia. Mejor es escuchar a la otra persona que amedrentarla con peroratas personales de lo que se hace o se planea hacer.
Hablar de los problemas y sueños personales hace que las personas se muestren recelosas y hasta huyan. Con esta forma de ser se pierden grandes oportunidades y excelentes amistades.
Es grave falta de discreción expresar de una persona ausente sus defectos o debilidades y no considerar que esas palabras pueden llegar a esa persona. Las palabras vuelan, dicen por ahí, y esa es una verdad que no se debe desconocer. De aquí la importancia de cuidar lo que se dice y hace. La discreción obliga a juzgar las palabras y anticipar los efectos que podrían causar al pronunciarlas.
Tampoco conviene contar a los demás los planes. Hay personas que no pueden disimular su envidia ni evitar sus malas intenciones. Son verdaderos lobos a los cuales les encantaría ver que usted fracase para reírse a sus espaldas. Además, un proyecto del que no se deja a la imaginación ningún detalle es extraño que se realice y sí después se vuelve el objetivo de la crítica.
Cultive la discreción y se verá libre de venganzas, actos inmorales, chismes y mala reputación. Sus buenos deseos se cumplirán y el cielo le llamará a su nicho de estrellas para que sirva de guía a los párvulos y jóvenes.   
Sobre esta virtud que a todos conviene su ejercicio, en Eclesiastés, libro de La Biblia, hallé la conclusión: “Los hombres juiciosos se portan con prudencia en el hablar, entienden la verdad y la justicia y esparcen, como lluvia, proverbios y sentencias.”    
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