Viaje a lo desconocido
10 de febrero de 2013

Es que
la vida seguramente, (así lo pienso yo, no sé usted) sería muy aburrida si supiéramos
todo sobre el futuro. Pero esa curiosidad morbosa y enfermiza de adivinar el
futuro parece ser un mal congénito de nuestra raza. Incluso no faltan quienes dicen
que son capaces de cambiar el destino de los hombres con fórmulas mágicas y brebajes
de yerbas ignoradas por el común de los mortales.
Mas si conociéramos
lo que va suceder, si tuviéramos la certeza de poder cambiar los escenarios y
las circunstancias no habría historia sino relaciones fantásticas de hechos por
suceder y describir. Con todo ese peso de los hechos encima, más el de las
preocupaciones, la gente no podría sonreír por estar pensando en su último
gesto y así dejar a la posteridad un mejor semblante que el habitual y originado
por la muerte. De nada serviría el conocimiento, no se necesitarían teorías y prácticas
de aprendizaje, para qué planear exploraciones y ¿qué objeto tendría tomar
parte en una excursión turística?
En el
cerebro, las imágenes del porvenir, se impondrían sobre aquellas de vivencias adquiridas
en los días memorables. La visión del futuro primaría sobre la experiencia. Las
sorpresas y los giros inesperados de la vida humana no darían significados y
mucho menos alegrías y tristezas. Todo sería como un mundo gris, sin sombras,
sin colores ni sonidos.
La
verdad no podría lucir ese traje solemne y sagrado que le da el pasado con sus
gestas y tradiciones. La sabiduría presentaría un sabor a dulce empalagoso de la
que todos huirían para evitar su molesta presencia. En ese caos y mundo patas
arriba los seres humanos irían tras la ignorancia y la apreciarían como gran
tesoro para librarse de esa enfermedad de anticiparlo todo.
Desconectados
de la verdad, para qué buscar la ayuda divina si el camino trazado es
inevitable y de nada serviría obrar bien o mal. Así las cosas, para qué tantas
luchas en pos de la libertad si ésta no sería más que una ilusión desagradable.
No teniendo
los seres humanos razones para elegir, los buenos no acumularían méritos y los
malos no tendrían ocasión para arrepentimientos. Amar y odiar no entrarían en pugna
y todo acto humano sería hijo de la irracionalidad del destino. Toda historia,
un plan inevitable a seguir, carente de sorpresas, de nobles motivos y
lecciones de vida.
Pero gracias
a Dios, el mundo fue concebido de manera sabia y racional. Nosotros podemos
contar, para mejorar el porvenir, con la ayuda del Padre Celestial. Él puede
regalarnos su Santo Espíritu para que nos guíe. Basta que lo imploremos en ferviente
oración. Tenemos la seguridad de una eternidad porque su Hijo, Jesucristo, así
lo prometió a quienes siguiéramos su ejemplo. Y lo más hermoso, a nadie se le
obligó a creer. Dios respeta la libertad que nos regaló.
Desde El jardín de Epicuro, Anatole France,
contribuye con una idea que puede servirnos de conclusión a tan espinoso tema: “No
esperemos nunca el milagro; resignémonos a modificar de un modo imperceptible, con
nuestro esfuerzo, lo porvenir, siempre lejano y oscuro para nosotros.”
Tema
del día en http://efraguza.tripod.com/id25.html
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