Triunfo y gloria de la mujer

La sociedad actual y los sistemas políticos en boga, en su perfidia, conspiran para que la mujer cada día que amanece se parezca más a su rival el varón. Hoy la gran mayoría de las mujeres ríen, en apariencia, felices. Seducidas por el discurso feminista y empujadas por las condiciones sociales consideran una gran victoria alcanzar el fatal propósito de abandonar el sosiego de los hijos y el propio para enfrentar los avatares de las fábricas y oficinas.

La compañera de Adán confundida por los mismos argumentos sofistas del capitalismo salvaje olvidó la riqueza infinita de los arcanos femeninos y cambió la misión que le había sido confiada desde los albores del tiempo. Atraída por el rigor de las disciplinas intelectuales, abstractas y generales se entregó a ellas para  abandonar la pasión que despiertan los cuidados maternales. En su aspiración por emular al varón cayó en los mismos vicios que antes le causaban enfado y vergüenza.

Igual que él espera ahora mover el mundo con la palanca del poder y soportando los tormentos de Prometeo. Ahora los dos son máquinas que razonan acompasadamente en el proceso económico mientras sus hijos están bajo el amparo del vaivén  de la soledad y el desamor.

Pronto olvidó la pareja humana que el mundo de la ciencia, la técnica y la lógica que daría paso a la sociedad digital se hizo más por necesidad que por exceso de inteligencia y de recursos.

Para disminuir la angustia y los sufrimientos de la escasez en la despensa y hacer frente a la ley de la oferta y la demanda laboral ofrendó su feminidad a cambio de igualdad y pugna de géneros. La egregia cualidad que distinguía a la mujer se empañó con libertades polémicas y vigores nuevos.

Ahora varones y mujeres van por caminos y calles cual guerreros ansiosos de combates que miran a su enemigo con odio y lanzan gritos de furia para amedrentarle. Ella, portadora de la lumbre pura de la belleza y el amor se consume rápidamente como pabilo abatido por vientos inclementes. Él, alejado de la intimidad del hogar, salta como conejo que persigue el cazador. Atrás, desde la ventana del hogar roto, observan los hijos el combate a muerte. La familia, sin la presencia femenina, dejó de ser institución para volverse el nefasto recuerdo del compromiso que ata.

Porque sin feminidad el mundo no comprende el arcano, profundo y supremo valor de la vida, pues, la mujer es su depositaria. Pero ellas piensan que es el ciego egoísmo de los varones el que se interpone como abismo para que alcancen las maneras productivas a las cuales tienen derecho.

Pero no admiten que sin quien enseñe a los párvulos en casa los poderes de la oración y dé en los teteros gotitas de fe, el mundo se volverá ateo, sensual y materialista. Tampoco vislumbran que sin vida espiritual el amor desaparecerá porque los sentimientos nobles y sublimes crecen en la tierra abonada por valores y virtudes. Sin la fe el ser humano no puede tejer motivos para la esperanza y sin esperanza la vida pierde su horizonte porque se vuelve absurda y fatal.

En ese mundo dividido entre hombres y mujeres tampoco puede brotar la alegría porque ésta tiene por solio al corazón donde hay paz interior. Sin alegría serán recuerdos del pasado las risas infantiles y los juguetes, objetos obsoletos.

Desteñida la feminidad y convertida en bandera que se agita con monotonía entre arengas y pancartas, el triunfo y la gloria de la mujer parecerá la misma que la de las sirenas inventadas por Homero que son híbridas, engañosas y fatales.  
  

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