El lenguaje del corazón

Estas
corazonadas son útiles como prueba para afirmar que todo el universo, Dios y
los demás
se hallan de tal manera comunicados con nosotros que es imposible negar la
conexión entre las dimensiones del ser humano. En la física, por cierto la más evidente,
el cuerpo informa de futuras dolencias y enfermedades que, si prestamos
atención a su llamado, podríamos evitar. Pero ante los primeros síntomas no
hacemos nada porque pensamos que eso pasará pronto y cuando ya nada podemos
hacer decidimos buscar al médico.
En la social, los hechos son claros y
precisos. Las fluctuaciones de la economía y las jugadas de los políticos
corruptos señalan las crisis que acontecerán pero tarde comprendemos que
nosotros con nuestro silencio y nuestro voto los apoyamos y nos hicimos cómplices.
En la emocional, notamos los cambios en
las conductas y actitudes del ser que amamos, pero nos hacemos los de la vista
gorda, como solemos decir, y aplazamos el necesario diálogo para cuando ya de nada
sirve sentarnos a dialogar con nuestra pareja o con nuestros hijos. La familia
se destruye y luego nos sentimos culpables por no haber hecho nada para
evitarlo.
Si perdemos a esa persona que nos
importaba o al amigo que era leal con nosotros no tenemos la valentía suficiente
para reconocer el error que cometimos porque el orgullo es mayor y nos consideramos
idiotas si vamos a buscarlos para pedirles perdón por las ofensas.
Cuando salimos a buscar un nuevo trabajo
o leemos el perfil requerido para un determinado empleo que podría
beneficiarnos, nos enteramos que ese curso lo debiéramos haber tomado o terminado,
pero la pereza o la inconstancia no lo permitieron y ahora vemos con impotencia
que perdimos una magnífica oportunidad para mejorar el nivel de vida individual
y familiar.
Los sutiles llamados de la conciencia nos dicen que necesitamos
escuchar esas corazonadas. Que el problema que tenemos y no sabemos solucionar
requiere el consejo oportuno y desinteresado de alguien que nos ama pero el
instinto egoísta nos recuerda que no necesitamos de nadie.
Estas situaciones empiezan a afectarnos
y a interrumpir el sueño en las noches y a mortificarnos durante el día. Quizás
nuestra razón nos diga que es hora de hacer algo al respecto, pero la terquedad
es mayor que la necesidad de cambio.
No fácilmente
nos damos cuenta que debemos vivir de modo
diferente, mágico,
feliz, sin preocupaciones. Si queremos disfrutar este estado es necesario
buscar mayor unión con nuestra pareja e hijos, con nuestros amigos y compañeros
de trabajo, con nuestros vecinos y hasta con aquellos extraños que en la calle
hallamos.
Pero también
existen, aunque sean pocos, los seres humanos que no se inmutan ni ante la
desgracia que se espera ni ante la victoria lisonjera que el corazón transmite.
Ellos son dichosos porque viven de la realidad que presenta cada amanecer cuando
el sol disipa las tinieblas. Saben encarar las dificultades con valentía porque
piden a Dios sabiduría y fortaleza. Valoran a todos aquellos a quienes dan amor
y no temen a las ingratitudes de las almas ruines.
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