No busque tempestades

 7 de febrero de 2013

A veces necesitamos un poco de estímulo o presión para comenzar a ejecutar los proyectos que hemos planeado pero a veces no recibimos esas palabras oportunas y si nos presionamos demasiado. Debo hacer esto, nos decimos, y para hacerlo de acuerdo con las exigencias de los tiempos actuales agregamos: lo debo hacer mejor y más rápido. En otras ocasiones, las personas de quienes dependemos por tener con ellas lazos laborales o familiares nos apabullan con exigencias y órdenes que no podemos evadir y sí cumplir sus peticiones sin deliberar. Nuestra mente comienza a aceptar que sólo mediante preocupaciones, temores y presiones que llegan de fuera podremos cumplir nuestras metas, bien sean los estudios, nues­tros compromisos espirituales, la toma de decisiones importantes o realizar una faena en la cocina.
Mas no podemos evitar que caigan sobre nosotros ese tipo de exigencias y presiones porque siempre estamos y estaremos en conexión con otras personas. Sin ellas no podríamos realizarnos como seres humanos. Lo que sí tenemos  es la oportunidad de aceptarlas como tempestades o como circunstancias pasajeras pero necesarias. Si lo admitimos sin doblegar nuestra voluntad a sus requerimientos sufriremos mucho y nuestro corazón se llenará de resentimientos, y más tarde, odios que nos harán infelices. Mejor es aprender a ser flexibles como la palmera que soporta los más recios vendavales sin quebrarse porque sabe inclinarse y burlar los vientos que la hieren con furia.
Si profundizamos nos daremos cuenta que siempre viviremos rodeados de seres y de personas que forman el escenario donde nos movemos y actuamos. Los sentidos nos lo informan y los demás así nos lo hacen saber con imposiciones o mediante lenguajes tiernos y amorosos. Vivimos en permanente comunicación transitiva con el mundo y con la sociedad. No podemos evitarlos, pero sí podemos buscar la forma de aceptarlos.
Somos como esa palmera solitaria allí en la playa. Ese aislamiento es lo que constituye nuestra identidad y existencia. Estamos solos contra el mundo y la sociedad. De nosotros depende asumir actitudes como esclavos y doblegarnos servilmente sin pretender cambiar las relaciones o asumir sus imposiciones con entereza y libertad para hallar el beneficio propio y colectivo. El verdadero sentido de la existencia sólo se encuentra cuando somos capaces de comprender las bellezas de los paisajes interiores y las tempestades, que sin quererlo, nos llegan del exterior.
Los demás no son culpables de ser ciegos ante ellas porque es que esa intimidad no tiene puertas ni ventanas. Somos lo que simplemente deseamos ser y nadie puede entender con claridad lo que el otro es y piensa. Esa realidad de lo que nos hace únicos e irrepetibles es lo que no sólo nos da la identidad sino la esencia de nuestra personalidad.
Por eso respetar al otro es no intentar transgredir esas puertas y ventanas que son inexistentes para los demás. Sólo el individuo sabe los motivos de su intencionalidad al expresarlas mediante los actos y es obligación de los demás no juzgarle, salvo cuando esas conductas se convierten en fehaciente peligro para otro o para el colectivo.
Para vivir en armonía sí debemos aprender de la palmera su flexibilidad pero no esa sumisión ciega que la convierte en veleta o juguete del viento. Para romper nuestra situación y entorno solitario debemos ir hacia el otro pero con respeto y para conseguir de los demás su apoyo y comprensión no se debe olvidar que todos nos necesitamos para no terminar aislados como pino en lo alto de risco  entregado a la contemplación de su propia soledad y pequeñez. Sólo si aceptamos nuestras limitaciones podemos comenzar a tener esperanzas e ilusiones que nos vienen del futuro y de las visiones de los sueños.                     
Y nadie puede negar que la vida necesita, para ser alegre y mágica, ilusiones y un buen paquete de esperanzas, pero no basta con eso. Es indispensable tener clara conciencia de lo que somos, lo que deseamos y construir, en la grata compañía de otro, el camino que nos lleve a ser felices.     

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