La constante es el cambio

 12 de febrero de 2013

A veces nos duele el hígado o la cabeza. Nos ataca un virus o una bacteria. Estamos preocupados o alegres. Los cabellos comienzan a encanecer. La piel se deteriora y arruga. Las fuerzas nos abandonan y entramos en crisis de fe y hasta nos imaginamos situaciones caóticas que nos hacen temblar
A veces nos dejan el corazón herido y sin vendas, caminamos impulsados hacia el abismo por el peso de las preocupaciones, nos sentimos alejados de todos, encerrados en nosotros mismos y hasta nos parece que el espíritu se nos enmohece y arrastramos los pies como si no quisiéramos caminar más.
Poco a poco nos damos cuenta que lo que nos desmorona, como al castillo de arena cuando la lluvia cae, no son las ingratitudes, decepciones y golpes que vienen del exterior sino el agua estancada en los pozos del ser. Esa quietud comienza por olernos mal y luego sentimos que se pudre y empieza a contaminar el cuerpo y el alma. 
Y todo porque se nos olvida que así como los árboles y flores del paisaje cambian y evolucionan también mudan las circunstancias y situaciones de la vida humana. Ninguna alegría es eterna y ningún mal se puede calificar de milenario. El universo y la vida son dinámicos. Vivimos en un mundo que con la lluvia y los vientos cambian los escenarios. A las nieves le siguen los jardines florecidos y a los inclementes soles, los vientos de otoño los apaciguan lentamente. El cambio es la forma natural como el universo, la sociedad, la naturaleza y Dios nos señalan los caminos que debemos transitar sin temer a sus mutaciones. Nuestra vida es una permanente carrera que exige esfuerzos y nos llena de congojas y dichas pasajeras.
Un día nos lleva a otro y en cada uno de ellos hay una lección que debemos aprender. Algunos son intrascendentes, pero otros son inolvidables porque nos dejan vivencias de gozo o dolores insoportables. Mas en esta aventura que la vida nos propone no tenemos porque rechazar el cambio. Todo lo contrario, él nos debe recordar siempre que caminamos de la cima al valle y del valle a la cima. Algunas veces permanecemos más tiempo enfrentando tempestades y otras lanzando carcajadas.
La realidad es el cambio inevitable. Así como la naturaleza nos señala, en su permanente movimiento, sus transformaciones, nosotros debemos acatar las mutaciones que el tiempo y las circunstancias nos presentan.
La razón nos dice que la vida será más placentera si aceptamos nuestro papel en la gran danza universal, que no desentonemos bailando a otro ritmo diferente que el que exige la marcha a la que fuimos invitados.
Lo mejor es no impedir los cambios, adaptarnos a ellos y utilizarlos a nuestro favor. No podremos evitar los afanes de la rutina diaria, pero sí podemos hacernos conscientes de ellos para controlarlos. Tampoco podremos impedir que nos ataquen virus y bacterias, pero tenemos el poder para fabricar vacunas y antibióticos.
Si aceptamos las transformaciones con naturalidad sufriremos menos. Los cambios no llegarán a nosotros como lava hirviente proveniente de los volcanes. Serán más bien pequeños arroyos sometidos a nuestra voluntad.
Abramos nuestra mente a los cambios y estemos dispuestos a aprender de ellos. Si nos esforzamos en rechazarlos nos quedaremos rezagados  y cuando intentemos alcanzar a los que supieron asumirlos y tomar ventaja sobre ellos las fuerzas nuestras nos habrán abandonado. Aprendamos a leer las señales de los tiempos y los cambios del mundo y la sociedad. Así iremos más seguros y tranquilos por esta cambiante senda de la vida humana hacia la eternidad donde Dios espera que le agradezcamos los milagros de constantes cambios.       


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