Regreso al pasado
La vida es la línea que oscila entre el recuerdo y la esperanza,
entre la experiencia de ayer y la superación del mañana, entre el pasado
y el porvenir. Pero nada hay más real que el pasado. Se dirá que en esta
afirmación hay una contradicción. Que en todo pasado no hay más que fósiles. Que la actitud más sabia es detener los ojos
en el porvenir. Mas el sentido común y el peso de la cultura presentan, a quien
reflexiona, el pasado como un axioma y el porvenir como una colcha de dudas y
posibilidades. ¿Para qué regresar a él si nada podemos cambiarle? ¿Qué nos
puede aportar el tiempo muerto?

Cuando el hombre explora la naturaleza lo hace
porque desea descubrir lo que es en lo que aquella ha sido y son sus secretos
el premio y corona de los más sabios. Y estas labores pacientes de investigar y
escudriñar dan cuerpo a la ciencia que le permite dominar el mundo y ponerlo a
su servicio.
El pasado, como surtidor del tiempo y proveedor
de conocimientos humanos, enseña las revoluciones de los astros y pone al
descubierto sus indómitas y arcanas fuerzas,
asombra con la magia y el insondable misterio de los números que en todo
se reducen a unidad y nada, en las perfectas figuras geométricas de los seres
materiales deslumbra con la irregularidad de la multiplicidad, de la historia
de las sociedades brotan haces de luz que iluminan los cánones de la estética y
los códigos de la justicia y el derecho.
Pero el pasado también es el depósito donde el
ser humano guarda todo lo que halla en sus esfuerzos por salir de la ignorancia para que nadie lo envidie ni lo
hurte, y sobre todo, para que sirva como faro a las nuevas generaciones y no
sucumban ante el peligro de las apariencias.
El pasado también explica a los humanos la
importancia de los racimos de instantes que alimentan la soberbia y la arrogancia,
pero a los humildes los llena de sabiduría para que comprendan lo efímero de
sus vidas. Por eso la gran preocupación al regresar al pasado no ha de ser el juicio
para dictar sentencia sobre las malas acciones sino extraer de su filón vivo de
experiencias aquellas que más ilustren y convengan para solucionar los males de
la vida presente.
La cultura es hija legítima de la experiencia y
el afán de perdurar del ser humano. Para no morir levanta monumentos, investiga
olores y colores de las flores, pinta los mundos de la imaginación, escribe novelas
y poemas, danza sobre los aplausos y dicta normas que cohesionen a la sociedad
de su época.
Todas las cosas que se veneran y añoran no
son más que mojones del pasado. Allí están
las pirámides para recordar a los faraones, el coliseo para rememorar la
grandeza de la Roma imperial, la Basílica de San Pedro para traer a la memoria la sangre
de quienes murieron defendiendo al hijo de Dios, sólo por citar algunos
ejemplos.
Sin regresar al pasado, para nutrirse y crecer,
el ser humano es un árbol sin raíces. Sin memoria de su pasado el pueblo es un
enfermo amnésico que no deja herencia digna para que reclamen sus hijos Todas
las cosas grandes que el porvenir tenga serán el fruto de aquellos que comprendan
que este día no puede pasar en vano sino que debe erigirse como monumento de
esfuerzo digno y justo y, por tanto, no morirá cuando sea hecho pasado.
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