Saber elegir requiere sabiduría
A Dios
pertenece la vida como la muerte; al ser humano, la acción de elegir. La
primera es el cambio incesante y bullicioso; la segunda, la quietud y el
silencio. Y si optamos por la vida, esta se manifiesta para unos como sueño,
para otros, como pesadilla.

Ante
este panorama quedan nuestros ojos como los de aquellos que contemplan y no
saben lo que al frente los interpela.
Saber elegir,
sin temor a equivocarnos, requiere mucha sabiduría. No podemos fundamentar
nuestra respuesta en los bienes de este mundo visible porque el incesante
cambio nos mantiene en lucha constante con la existencia de las cosas y de
nosotros mismos.
Tampoco
podemos aspirar a vivir bien sin hacer uso de ellos y no tendríamos seguridad
si las leyes no protegieran la posesión de las cosas. Estamos unidos a lo
superficial de tal manera que terminamos por asesinar y hacer matar por lo que
poca cosa vale.
Buscando
el pan de cada día y las vituallas que la casa necesita vamos y volvemos como
abejas al panal, unas veces alegres y otras, descorazonados, cuando las cosas
salen bien o mal.
En esa
lucha permanente, son pocos los que pueden decir que la vida no le ha regalado infortunios,
enfermedades graves y duelos terribles. Estos, que podríamos llamar afortunados,
piensan erróneamente que una vida larga es un premio y que lo efímero de pocos
años es desgracia. Lo que ellos aman no es la vida sino las cosas que les dan
la sensación de comodidades que nunca acabarán y que ni siquiera estiman que el
tiempo inexorable se las llevará.
Otros,
el grupo de los realistas o conscientes admiten que este camino vence la
monotonía con valles y montañas, ríos y desiertos. Pero también cometen el
error de creer que al llegar las adversidades lo mejor es sentarnos a esperar
que terminen su visita. Dejan de ser realistas para convertirse en conformistas.
Ante el
infortunio no debemos esperar a que la situación cambie. El cambio que esperamos
vendrá
del interior de nuestro ser. Empecemos a enriquecernos y a crecer aceptando
que nada en este mundo es eterno, pero que con la adquisición del conocimiento
y nuevas actitudes podemos eliminar lo nefasto y doloroso.
Esperar
a que las cosas cambien es más tedioso y fatigante que enfrentar con entereza
los ataques de la desgracia. Lo peor, es que la mayoría de las veces, esa
desgracia llega a nosotros porque así lo ha querido el ser humano. Luchar
contra ella resulta ser emocionante y al conseguir la victoria sobre ella, sentimos
el placer del gozo pleno.
Lo bello de la vida es la lucha y el mejor
entrenamiento es aprender a distinguir el bien del mal. El bien es la esencia de
la vida plena y el mal, causa de muerte. En seguir el bien y evitar el mal
consiste la prueba de la vida. Si tuviéramos suficiente sindéresis siempre escogeríamos
el bien y huiríamos del mal para hacernos merecedores a los goces de la existencia.
Fedor Dostoievski lo comprendió y en Los hermanos Karamazov así lo expresó: “La
vida es un paraíso y todos estamos en él, sólo que no queremos enterarnos; si quisiéramos,
desde mañana el mundo sería un paraíso.”
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